Las palabras de un gran instructor es
lo de menos en su enseñanza; el efecto que produce su vida nunca puede
compararse al de sus palabras. Ellos son los que despiertan una nueva vida, que
en ellos es plenamente consciente y que en sus semejantes despunta de una
manera vaga.
Aunque la doctrina que enseñen con palabras se
encuentre en enseñanzas anteriores, es empero completamente nueva, porque ellos
la viven de una manera que nunca pudo vivirse antes. La cosa nueva que
despiertan es una clase de vida, no una doctrina. Ellos despiertan en el hombre
una nueva facultad, una nueva respuesta a la vida, y hacen esto por medio de su
misma vida, por medio de lo que ellos son.
Cuando los discípulos tratan de propagar su doctrina,
es síntoma seguro de que la vida se está perdiendo ya. Los que cooperen en la
labor del Despertar, deben vivir una nueva vida, y no enseñar una nueva
doctrina. Enseñar es primordialmente vivir.
Las doctrinas, los libros y las conferencias sin la
vida de la cual son chispas no tienen objeto. Las palabras de Jesús hubieran
carecido de sentido, hubieran sido impotentes, sin el ejemplo de su vida no
hubieran subsistido.
Por lo tanto, la labor suprema del Despertar es vivir
una nueva vida. Lo que debemos enseñar a los demás no es una repetición de
palabras, ni mucho menos nuestra poca estima hacia quienes no comprenden, sino
nuestra propia vida.
El arte de la vida tiene que ser nuestra actividad
creativa. No hay arte más exigente que este arte de la vida; nuestros
pensamientos, sentimientos, palabras y acciones forman todos parte de nuestra
nueva creación. Porque es la creación lo que es capaz de afectar a los demás,
de despertar la vida en ellos. Así podremos enseñar, así únicamente.
(J.J. Van Der Leeuw en “La vida, el único instructor”)
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