11/11/11

Ser y hacer


“La civilización moderna aparece en la historia como una verdadera anomalía: de todas las que conocemos, es la única que se haya desarrollado en un sentido puramente material, la única también que no se apoye en ningún principio de orden superior.” René Guenón

Hay quienes sostienen que el hombre es intrínsecamente bueno y hay quienes afirman que  ya nació en pecado. Desde otra perspectiva, el hombre cuando nace no es,  olvida quien es, de dónde viene y hacia dónde va. En cierto sentido y sobretodo en una primera etapa, de niños, nos sentimos todos iguales, y sin embargo venimos con un caudal de características-tendencias que, de una u otra manera, nos harán únicos.

En nuestra cultura del hacer–tener resulta común valorar como más importante las obras  realizadas o adquiridas (casas, hijos, autos, títulos, objetos, etc.) que cualquier otro tipo de consideración, ya sea de tipo ético-moral, contemplativa, o de comprensión profunda de los hechos o fenómenos y sus consecuencias. Esta actitud en definitiva es aquello que retro-alimenta, desde la práctica  concreta, a una supuesta expansión o progreso de la conciencia: siempre es posible tener o hacer algo más.

Dicen las Escrituras: “al hombre le es dado según sus obras”, pero ¿qué obras estamos haciendo?, finalmente: cosecharemos los frutos de aquello que hayamos sembrado.

Ya somos siete mil millones de personas en este planeta, y vamos por más. En vísperas del Día Mundial de la Alimentación (que se conmemora el 16 de octubre), Médicos Sin Fronteras  recordó que la desnutrición es una enfermedad que afecta a 195 millones de niños en el mundo, y es la causa subyacente de al menos un tercio de las 8 millones de muertes de menores de 5 años que se producen anualmente, en su mayoría en los países en desarrollo.

Los niños menores de 2 años son los más vulnerables a la desnutrición y, sin acceso a alimentos ricos en nutrientes que son indispensables para su correcto crecimiento y desarrollo, como los alimentos suplementarios preparados, sufrirán secuelas a largo plazo.

Decíamos en otro lugar que emociones y pensamientos tienen un mismo origen. Y hacíamos la distinción entre las emociones, que son respuestas o re-acciones a estímulos exteriores, y los sentimientos que nacen espontáneamente del corazón. Y aquí podemos agregar la diferencia entre el pensamiento común o vulgar y el intelectual-intuitivo, de un orden más elevado. Hay cierto tipo de percepciones que no se obtienen mediante los sentidos comunes u ordinarios.

No en vano, todos los caminos espirituales ciertos hacen llamada a estudiar el significado profundo, esotérico, de las Escrituras, y a no quedarse con el significado exotérico,  vestidura exterior o cáscara de las mismas. En las Tradiciones no escasean el re-conocimiento y las bendiciones para los así estudiosos: “Los Maestros de la Cábala son inteligencias que han brillado como fuegos del firmamento…”. La Tabla de Esmeralda.

“No hay un solo verso en la Escritura santa, por insignificante que pueda parecer a primera vista, que no encierre múltiples significados conducentes al misterio de la Sabiduría Suprema.” Rabí José

Mediante un profundo estudio y desarrollo intelectual sostenido podemos expandir determinado tipo de conciencia. Por otro lado, realizar buenas y des-interesadas acciones en beneficio de los demás también nos ayuda a expandir la conciencia sacándonos de la dualidad-polaridad entre yo y los demás.

Desde un punto de vista espiritual,  en rigor de verdad más que las apariencias y los hechos virtuosos que más o menos bien logremos realizar en la práctica, como la comprensión, la compasión y la misma caridad, como mérito subyace la intención  pura como base de toda acción.

Pero, si lo que buscamos es un crecimiento o ser integral, no alcanza con ser bueno, la comprensión de ciertas verdades, o su sentido último si se quiere, necesita de un intenso trabajo  de investigación, reflexión y meditación. Entonces deberemos considerar y cultivar ambos aspectos como siendo igualmente importantes y complementarios. Como dice el Tao: “la forma de hacer es ser”.

Ahora, si todos tenemos el potencial de la iluminación y por lo mismo, en principio, sabemos qué es lo que hay que hacer, entonces, ¿A pesar del sufrimiento, por qué elegir vivir en la oscuridad? ¿Por qué suele resultar tan difícil soltarnos, la apertura espiritual? ¿Por qué nos alejamos tanto de los principios de la Tradición?

Tenemos el poder de auto-determinación y podemos elegir lo que queremos, esa es tal vez la mayor gracia divina, pero también suele ser el peor obstáculo. No  se trata de ir contra el mundo o luchar inútilmente contra la corriente, pero sí podemos ser conscientes y llevar a la práctica que toda transformación  empieza por uno mismo, y el trabajo es individual.

Es muy estrecha la puerta para acceder a un verdadero cambio de estado y es muy pesada y voluminosa la carga del ego y la ilusión de un yo aislado,  separado de todos y de todo lo demás,  y lo que ello conlleva: orgullo, soberbia, odio, egoísmo, ira, violencia, etc. Por otro lado, como una ley natural, el cuerpo y la mente como soportes físicos deben estar y funcionar en sintonía-armonía (y purificados) para que el espíritu pueda manifestar plenamente las virtudes más elevadas.

Solo basta con mirar a nuestro alrededor para ver cómo en verdad consideramos lo espiritual,  ya sea como reserva de principios   necesarios para la vida sana,  ordenada, y la convivencia en respeto, paz y armonía, y/o como fuente de conocimientos aún in-sospechados y/u olvidados para el hombre actual.

Y si no es ahora, entonces… ¿Cuándo? Si no es aquí, entonces… ¿Dónde? Si no es de esta manera, entonces… ¿Cómo? Dice el Budismo Zen: “si no puedes encontrarlo ahí donde estas parado, ¿Dónde piensas merodear para encontrarlo?