“La civilización moderna aparece en la historia como
una verdadera anomalía: de todas las que conocemos, es la única que se haya
desarrollado en un sentido puramente material, la única también que no se apoye
en ningún principio de orden superior.” René Guenón
Hay quienes sostienen que el hombre es intrínsecamente
bueno y hay quienes afirman que ya nació
en pecado. Desde otra perspectiva, el hombre cuando nace no es, olvida quien es, de dónde viene y hacia dónde
va. En cierto sentido y sobretodo en una primera etapa, de niños, nos sentimos
todos iguales, y sin embargo venimos con un caudal de
características-tendencias que, de una u otra manera, nos harán únicos.
En nuestra cultura del hacer–tener resulta común
valorar como más importante las obras
realizadas o adquiridas (casas, hijos, autos, títulos, objetos, etc.) que
cualquier otro tipo de consideración, ya sea de tipo ético-moral,
contemplativa, o de comprensión profunda de los hechos o
fenómenos y sus consecuencias. Esta actitud en definitiva es aquello que
retro-alimenta, desde la práctica
concreta, a una supuesta expansión o progreso de la conciencia: siempre
es posible tener o hacer algo más.
Dicen las Escrituras: “al hombre le es dado según sus
obras”, pero ¿qué obras estamos haciendo?, finalmente: cosecharemos los frutos
de aquello que hayamos sembrado.
Ya somos siete mil millones de personas en este
planeta, y vamos por más. En vísperas del Día Mundial de la Alimentación (que
se conmemora el 16 de octubre), Médicos Sin Fronteras recordó que la
desnutrición es una enfermedad que afecta a 195 millones de niños en el mundo,
y es la causa subyacente de al menos un tercio de las 8 millones de muertes de
menores de 5 años que se producen anualmente, en su mayoría en los países en
desarrollo.
Los niños menores de 2 años son los más vulnerables a
la desnutrición y, sin acceso a alimentos ricos en nutrientes que son
indispensables para su correcto crecimiento y desarrollo, como los alimentos
suplementarios preparados, sufrirán secuelas a largo plazo.
Decíamos en otro lugar que emociones y pensamientos tienen un mismo origen. Y hacíamos la distinción entre las
emociones, que son respuestas o re-acciones a estímulos exteriores, y los
sentimientos que nacen espontáneamente del corazón. Y aquí podemos agregar la
diferencia entre el pensamiento común o vulgar y el intelectual-intuitivo, de
un orden más elevado. Hay cierto tipo de percepciones que no se obtienen
mediante los sentidos comunes u ordinarios.
No en vano, todos los caminos espirituales ciertos
hacen llamada a estudiar el significado profundo, esotérico, de las Escrituras,
y a no quedarse con el significado exotérico,
vestidura exterior o cáscara de las mismas. En las Tradiciones no
escasean el re-conocimiento y las bendiciones para los así estudiosos: “Los
Maestros de la Cábala son inteligencias que han brillado como fuegos del
firmamento…”. La Tabla de Esmeralda.
“No hay un solo verso en la Escritura santa, por
insignificante que pueda parecer a primera vista, que no encierre múltiples
significados conducentes al misterio de la Sabiduría Suprema.” Rabí José
Mediante un profundo estudio y desarrollo
intelectual sostenido podemos expandir determinado tipo de conciencia. Por otro
lado, realizar buenas y des-interesadas acciones en beneficio de los demás
también nos ayuda a expandir la conciencia sacándonos de la dualidad-polaridad
entre yo y los demás.
Desde un punto de vista espiritual, en rigor de verdad más que las apariencias y
los hechos virtuosos que más o menos bien logremos realizar en la práctica,
como la comprensión, la compasión y la misma caridad, como mérito subyace la
intención pura como base de toda acción.
Pero, si lo que buscamos es un crecimiento o ser
integral, no alcanza con ser bueno, la comprensión de ciertas verdades, o su
sentido último si se quiere, necesita de un intenso trabajo de investigación, reflexión y meditación. Entonces
deberemos considerar y cultivar ambos aspectos como siendo igualmente
importantes y complementarios. Como dice el Tao: “la forma de hacer es ser”.
Ahora, si todos tenemos el potencial de la iluminación
y por lo mismo, en principio, sabemos qué es lo que hay que hacer, entonces, ¿A
pesar del sufrimiento, por qué elegir vivir en la oscuridad? ¿Por qué suele
resultar tan difícil soltarnos, la apertura espiritual? ¿Por qué nos alejamos
tanto de los principios de la Tradición?
Tenemos el poder de auto-determinación y podemos
elegir lo que queremos, esa es tal vez la mayor gracia divina, pero también
suele ser el peor obstáculo. No se trata
de ir contra el mundo o luchar inútilmente contra la corriente, pero sí podemos
ser conscientes y llevar a la práctica que toda transformación empieza por uno mismo, y el trabajo es
individual.
Es muy estrecha la puerta para acceder a un verdadero
cambio de estado y es muy pesada y voluminosa la carga del ego y la ilusión de
un yo aislado, separado de todos y de
todo lo demás, y lo que ello conlleva:
orgullo, soberbia, odio, egoísmo, ira, violencia, etc. Por otro lado, como una
ley natural, el cuerpo y la mente como soportes físicos deben estar y funcionar
en sintonía-armonía (y purificados) para que el espíritu pueda manifestar
plenamente las virtudes más elevadas.
Solo basta con mirar a nuestro alrededor para ver cómo
en verdad consideramos lo espiritual, ya
sea como reserva de principios
necesarios para la vida sana,
ordenada, y la convivencia en respeto, paz y armonía, y/o como fuente de
conocimientos aún in-sospechados y/u olvidados para el hombre actual.
Y si no es ahora, entonces… ¿Cuándo? Si no es aquí,
entonces… ¿Dónde? Si no es de esta manera, entonces… ¿Cómo? Dice el Budismo
Zen: “si no puedes encontrarlo ahí donde estas parado, ¿Dónde piensas merodear
para encontrarlo?