Seguramente nadie que haya visto o escuchado, y
comprendido medianamente unas enseñanzas espirituales o a un maestro que
vivencia diariamente sus principios, puede permanecer indiferente, no se pueden
negar sus virtudes, su transparencia, su sabiduría y los beneficios que
conlleva su práctica para toda la humanidad y para nuestra tierra.
Pero aun así una multitud que observa distante sigue
preguntándose: ¿Por qué seguir unas enseñanzas espirituales? Si después de todo
“soy bueno, compasivo y trato de comprender a los demás, y también debo
ocuparme de mi familia, mi trabajo y mis actividades personales, entonces ¿para
qué comprometerme además con una disciplina espiritual?”. Y la mente negativa
agrega: “¡Es muy difícil, no sería capaz de (o, por ahora no me interesa)
transformarme en un Buda, ser como Khrisna o Jesús!”.
“El hombre está profundamente confundido, recibe la
presión y cede. Los amigos lo empujan, los familiares lo empujan, los
compañeros de trabajo lo empujan y allí va, pobre corderito, a sentarse frente
del televisor para enterarse de lo ocurrido afuera. Y, así, se apura como
todos, repite como todos, se cansa como todos y un día se muere como todos, sin
descubrir para qué vivió.” (Sai Baba)
No obstante, para quienes puedan y quieran ver y comprender
más allá de sus narices, resulta mucho más difícil y tortuoso llevar una vida
limitada, indiferente y alejada de toda práctica y saber espiritual. Por dónde
miremos los hechos dicen más que las palabras. En cualquier aspecto de la vida
nada se consigue mediante la negación, y negar lo espiritual es negar nuestra
propia esencia. Todo lo que rechazamos, resistimos o negamos, inexorablemente
persiste, solo la aceptación produce una verdadera transformación. Y en esta
vida, nada que valga la pena es fácil.
En la mente de algunos discípulos y de quienes ya han
transitado una parte del recorrido, surge a veces la duda creativa, positiva,
que puede provocar la deserción y/o el cambio del camino elegido, pero si
prevalece la mente negativa, la duda se transforma en negación, y todo termina
en el abandono de toda práctica y consideración espiritual.
Viéndolo en perspectiva, como si fuera una película,
no se puede dejar de percibir que lo vivido por el camino no fue entonces en
verdad comprendido, y que todo fue un espectáculo mas de un ego que en esta
función se asume por sobre lo espiritual. Ni remotamente se ha transmutado la
devoción emocional en desinteresado beneficio ni para si mismo ni para los
demás, no para el maestro ni para el camino.
Poseer cierto caudal de conocimiento o experiencia no
significa poder comprender cabalmente ni vivenciar intensamente el sentido de
lo espiritual. A veces por una pretendida humildad y muchas otras por
ignorancia, no se percibe que seguir un camino espiritual no consiste en
perseguir logros personales, como si se tratara de cumplir estrictamente un
plan de estudios solo para acceder a una maestría.
Como afirman las genuinas y más antiguas tradiciones
espirituales, todos llevamos dentro la chispa divina, el potencial sagrado del
despertar absoluto, pero nuestra divinidad y conciencia de unidad están
envueltas por una túnica de piel humana que provoca confusión y olvido,
entonces primero tenemos que asumirlo, tomar conciencia y trabajar para poder des-envolverlo.
Y no hay otra opción mas que seguir alguna disciplina,
y empezar a soltarse, abrirse y crecer, no alcanza con la quietud y la
amabilidad de ser bueno y comprensivo, que muchas veces se manifiestan como
postergación o resignación, la sabiduría implica un trabajo intenso de
desarrollo interior y una práctica constante que igual que la evolución nunca
terminan.
Todos poseemos la semilla, aunque no todos
venimos a esta vida con la misión de ser
maestros espirituales, traemos al nacer ciertas características y disposiciones
individuales; y sin embargo todos podemos vivir y desarrollar nuestras
actividades, relaciones y obligaciones mundanas llevando a la práctica con
plena conciencia principios y valores espirituales.
La existencia nos propone
crecer, evolucionar, y también la posibilidad de elegir aquello que queremos
experimentar y, hasta cierto punto, cuánto tiempo nos llevará, la decisión es nuestra,
y las consecuencias también.
Una paradoja que enfrentamos cada día es: "que si
bien el saber espiritual, la moralidad y la vida cotidiana se han alejado tanto
entre si que uno podría pensar que la mejor forma de seguir una senda
espiritual es alejarse de una sociedad despiadada y convertirse en asceta; en
la sociedad corrompida de hoy en día están las lecciones que nos llevarán a
nuestra sabiduría.” (Phileas Fogg)
Si se comprende el sentido profundo de encarar la vida
con actitud espiritual, se asume que no es un conocimiento teórico o filosófico
ni una meta lejana de alcanzar, es una manera concreta, y en definitiva la
única comprobada durante eones, de experimentar con plena conciencia cada
momento y situación de la vida desde el sentimiento, el pensamiento y la acción
más elevada posible.
No se trata de esperar o añorar llegar a un destino
determinado para empezar a disfrutar lo conseguido, sino de vivenciar
intensamente cada instante y cada paso del camino.
A pesar del mayor esfuerzo que podamos realizar, es
improbable que podamos llegar a la iluminación, el despertar absoluto de la
conciencia, en una sola vida. Pero el esfuerzo y la intención verdaderos,
lo que hemos crecido y lo que demos en
esta existencia nunca se pierden, como una energía o vibración pasan a formar
parte del almacén de la conciencia colectiva de la humanidad y volverán en
beneficios no solo para nosotros en ésta o en otra vida, sino para todos los
seres y para nuestra Madre Tierra siempre.