“Un hombre puede muy bien no saber leer ni
escribir y alcanzar no obstante los grados más altos de la Iniciación, y tales
casos no son extremadamente raros en Oriente, mientras que hay sabios e inclusive
genios, según la manera de ver mundana,
que no son iniciables a ningún grado”.
(René Guenón en “Apercepciones sobre la Iniciación”)
Las fuerzas espirituales se
demuestran por sus efectos y es muy fácil confundirlas o negarlas cuando no se
conocen ni se han vivenciado. Así, por ejemplo, puede ser des-aconsejable invocar la curación de una dolencia de
otro cuando no se conocen las fuerzas que actúan y las consecuencias de su in-terrupción,
podría muy bien darse que lo mejor que
le puede pasar a esa persona sea la enfermedad que padece para aprender y
crecer en un re-nacer.
En cambio siempre podemos dar fuerza,
luz y amor a través de la oración que aunque no produzcan la curación directamente,
serán de in-valorable ayuda para la solución del conflicto. Jesús no curaba a todos los enfermos.
“El
sentido de lo que nos pasa no solo está en el pasado sino también en lo que aún
no ocurrió, y muchas enfermedades tendrán su origen en el futuro y no en el
pasado, en un sentido que aún no se ha construido”. Fernando Callejón
Se define a la ciencia como
conocimiento, saber. El conocimiento como erudición puede ser un enorme caudal
de saber pero no necesariamente siempre experimentado, cuando se separan sus hallazgos
de las condiciones de la vida cotidiana se
tiene la idea pero no la realidad, ni siquiera se considera la posibilidad de
una verdadera transformación interior-exterior, por otra parte no es fácil que
el erudito-científico y académico-consumado re-conozca su propia ignorancia y
limitaciones.
Otra perspectiva del saber, holística, como ciencia-sabiduría
espiritual, implica por un lado la orientación del conocimiento hacia una
vivencia plena en todos los órdenes de la vida, Ser el saber, y por otro la aceptación de los
propios condicionamientos que limitan su visión, cuanto más sabe el sabio más
re-conoce que es muy poco lo que sabe ante la infinitud del saber.
En épocas muy antiguas hubo
Escuelas de Misterios, muy conocida por ejemplo fue la de Pitágoras, donde se
enseñaba Ciencia Espiritual y en las cuales eran
muchos los llamados pero pocos los elegidos. La puerta de entrada era
estrecha y se debía demostrar verdadera aptitud y disposición para el estudio que implicaba (antes igual que hoy y
siempre) alcanzar los más elevados estados a partir del conocerse a sí mismo,
el desarrollo interior y de las influencias celestes. En Egipto el Arte Sacerdotal era la filosofía hermética, el conocimiento perfecto de los procedimientos de la naturaleza.
Hoy día se divulgan algunos conocimientos
considerados en otro momento esotéricos, pero las condiciones no se han
modificado significativamente: son pocos los que llegan a una comprensión
profunda y verdadera y llevan sabiamente los conocimientos a la práctica
cotidiana.
Hacer ciencia como sabiduría espiritual apunta a la realización práctica del
conocimiento como saber-esencial que trasciende el tiempo y el espacio, es
universal y eterno y tiende a la continua perfección del ser que se manifiesta
como hombre.
El propósito de la Ciencia Espiritual
no es otro que el de centrar al ser
en relación directa con el mundo del que proviene. Despojada de su
interpretación y uso moral-emocional la palabra santo alude a quien es íntegro y sano, no está separado de la fuente primordial. Se
trata de entrar en la corriente que
lleva hacia estados superiores cada vez menos condicionados: “Dios se hizo
hombre para elevar al hombre a Dios” (Goethe)
Ninguna Hermandad Santa puede
arrogarse su creación y pertenencia exclusiva, la Ciencia Espiritual hace su
trabajo sin esperar nada dando su luz y su paz, como el pájaro que siempre canta
sin saber a quién consuela su canto. No depende su causa de nada ni de nadie de este
mundo, se origina y desciende desde la mente y el amor de la Divinidad.