8/2/14

El conocimiento y la sabiduría espiritual

 “Un hombre puede muy bien no saber leer ni escribir y alcanzar no obstante los grados más altos de la Iniciación, y tales casos no son extremadamente raros en Oriente, mientras que hay sabios e inclusive genios, según la manera de ver  mundana, que no son iniciables a ningún grado”. (René Guenón en “Apercepciones sobre la Iniciación”)

Las fuerzas espirituales se demuestran por sus efectos y es muy fácil confundirlas o negarlas cuando no se conocen ni se han vivenciado. Así, por ejemplo, puede ser des-aconsejable invocar la curación  de una dolencia  de otro cuando no se conocen las fuerzas que actúan y las consecuencias de su in-terrupción,  podría muy bien darse que lo mejor que le puede pasar a esa persona sea la enfermedad que padece para aprender y crecer en un re-nacer. 

En cambio siempre podemos dar fuerza, luz y amor a través de la oración que aunque no produzcan la curación directamente, serán de in-valorable ayuda para la solución del conflicto. Jesús no curaba a todos los enfermos.
“El sentido de lo que nos pasa no solo está en el pasado sino también en lo que aún no ocurrió, y muchas enfermedades tendrán su origen en el futuro y no en el pasado, en un sentido que aún no se ha construido”. Fernando Callejón
Se define a la ciencia como conocimiento, saber. El conocimiento como erudición puede ser un enorme caudal de saber pero no necesariamente siempre experimentado, cuando se separan sus hallazgos de las  condiciones de la vida cotidiana se tiene la idea pero no la realidad, ni siquiera se considera la posibilidad de una verdadera transformación interior-exterior, por otra parte no es fácil que el erudito-científico y académico-consumado re-conozca su propia ignorancia y limitaciones.
Otra perspectiva del saber, holística, como ciencia-sabiduría espiritual, implica por un lado la orientación del conocimiento hacia una vivencia plena en todos los órdenes de la vida, Ser el saber, y por otro la aceptación de los propios condicionamientos que limitan su visión, cuanto más sabe el sabio más re-conoce que es muy poco lo que sabe ante la infinitud del saber.
En épocas muy antiguas hubo Escuelas de Misterios, muy conocida por ejemplo fue la de Pitágoras, donde se enseñaba Ciencia Espiritual y en las cuales eran muchos los llamados pero pocos los elegidos. La puerta de entrada era estrecha y se debía demostrar verdadera aptitud y disposición para el estudio que implicaba (antes igual que hoy y siempre) alcanzar los más elevados estados a partir del conocerse a sí mismo, el desarrollo interior y de las influencias celestes. En Egipto el Arte Sacerdotal era la filosofía hermética, el conocimiento perfecto de los procedimientos de la naturaleza.
Hoy día se divulgan algunos conocimientos considerados en otro momento esotéricos, pero las condiciones no se han modificado significativamente: son pocos los que llegan a una comprensión profunda y verdadera y llevan sabiamente los conocimientos a la práctica cotidiana.

Hacer ciencia como sabiduría espiritual apunta a la realización práctica del conocimiento como saber-esencial que trasciende el tiempo y el espacio, es universal y eterno y tiende a la continua perfección del ser que se manifiesta como hombre.
El propósito de la Ciencia Espiritual no es otro que el de centrar al ser en relación directa con el mundo del que proviene. Despojada de su interpretación y uso moral-emocional la palabra santo alude a quien es íntegro y sano, no está separado de la fuente primordial.  Se trata de entrar en la corriente que lleva  hacia estados superiores  cada vez menos condicionados: “Dios se hizo hombre para elevar al hombre a Dios” (Goethe)


Ninguna Hermandad Santa puede arrogarse su creación y pertenencia exclusiva, la Ciencia Espiritual hace su trabajo sin esperar nada  dando su luz y su paz, como el pájaro que siempre canta sin saber a quién consuela su canto. No depende su causa de nada ni de nadie de este mundo, se origina y desciende desde la mente y el amor de la Divinidad.

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