22/12/13
11/12/13
Servidores de la paz
Thomas Merton escribió: “¿Qué podemos ganar viajando
hasta la Luna si no somos capaces de cruzar el abismo que nos separa de
nosotros mismos? Este es el más importante de todos los viajes de
descubrimiento y sin él todos los demás son inútiles.” Apenas si gastamos nada,
en comparación, para enseñar a los seres humanos la naturaleza de la vida y de
la muerte y en ayudarles a afrontar y comprender lo que les ocurre cuando
llegan al momento de morir. ¿No es hora ya de que la profesión médica entienda
que la búsqueda de la verdad sobre la vida y la muerte y la práctica de la curación
son in-separables?
¡Qué triste y preocupante situación, qué reveladora de
nuestra ignorancia y falta de verdadero amor hacia nosotros mismos y los demás!
Rezo porque estas palabras contribuyan en su pequeña medida a cambiar esta situación,
que ayuden a despertar a tantas personas como sea posible a la urgente
necesidad de transformación espiritual, y a la urgente necesidad de
responsabilizarnos de nosotros mismos y de los demás. Todos somos budas en
potencia y todos deseamos vivir y morir en paz. ¿Cuándo llegará la humanidad a
comprenderlo realmente y a crear una sociedad que de verdad refleje en todos
sus aspectos y actividades esa sencilla y sagrada comprensión? ¿Qué vale la
vida sin ella? Y sin ella, ¿cómo podemos morir bien?
Las enseñanzas de todos los caminos espirituales del
mundo dejan bien claro que en nuestro interior hay una enorme reserva de poder,
el poder de la sabiduría y la compasión, el poder de lo que Jesucristo llamaba
el Reino de los Cielos. Si aprendemos
a utilizarlo, y ese es el objetivo de la búsqueda de la Iluminación, no solo
puede transformarnos a nosotros mismos, sino también al mundo que nos rodea.
¿Ha habido jamás una época en que el uso claro de este
poder sagrado fuese más esencial o urgente? ¿Ha habido jamás una época en que
fuera más vital comprender la naturaleza de este poder puro y la forma de
canalizarlo y utilizarlo para bien del mundo? Rezo por que todos puedan llegar
a conocer el poder de la Iluminación y a creer en él, y por que todos lleguen a
re-conocer la naturaleza de vuestra mente que es cultivar en la base de vuestro
propio ser una comprensión que cambia toda vuestra visión del mundo y ayuda a
descubrir y desarrollar, de un modo espontáneo y natural, un deseo compasivo de
servir a todos los seres, así como un conocimiento directo de la mejor manera
de hacerlo, con el talento y la habilidad que cada uno de vosotros tenga y en
cualesquiera circunstancia en que os encontréis.
Servir al mundo por medio de la unión dinámica de la sabiduría
y la compasión equivale a participar de la manera más eficaz en la conservación
del planeta. Los maestros de todas las tradiciones religiosas del mundo
comprenden actualmente que la formación espiritual no solo es esencial para monjes
y monjas, sino para todas las personas, sean cuales sean sus creencias y su
forma de vida. La naturaleza del desarrollo espiritual es intensamente práctica,
activa y eficaz. Atrevámonos a imaginar lo que sería vivir en un mundo en el
que un número significativo de personas, aprovechando la oportunidad que
ofrecen las enseñanzas, dedicara parte de su vida a una práctica espiritual
seria, re-conociera la naturaleza de su mente y utilizara la ocasión de su
muerte para aproximarse más al estado de buda y renacer con un propósito claro,
el de servir y beneficiar a los demás.
La intuición más compasiva de mi tradición y su más noble contribución
a la sabiduría espiritual de la humanidad es su comprensión y su repetida
puesta en práctica del ideal del bodhisattva, el ser que asume el sufrimiento
de todos los seres conscientes, que emprende el viaje hacia la liberación no
solo por su propio bien, sino para ayudar a los demás, y que finalmente, tras
alcanzar la liberación, no se disuelve en el absoluto ni huye de la agonía del Samsara,
sino que elige retornar una y otra vez para poner su sabiduría y su compasión al
servicio de todo el mundo.
El mundo necesita más que nada esta clase de servidores activos de la paz, revestidos
con la armadura de la perseverancia, dedicados a su visión de bodhisattvas y a
la difusión de la sabiduría en todos los confines de nuestra experiencia.
Necesitamos abogados bodhisattvas, artistas y políticos bodhisattvas, médicos y
economistas bodhisattvas, maestros y científicos bodhisattvas, técnicos e
ingenieros bodhisattvas, bodhisattvas en todas partes que trabajen
conscientemente como canales de la compasión y la sabiduría en todos los
niveles y todas las situaciones de la sociedad, que trabajen para transformar
sus mentes y acciones y la de otros, que trabajen incansablemente con el
conocimiento cierto de tener el apoyo de los budas y seres iluminados, por la preservación
de nuestro mundo y por un futuro más piadoso.
Para quienes buscan en las enseñanzas una guía y
fuente de inspiración, que nunca se cansen, se decepcionen ni se des-alienten;
que nunca abandonen la esperanza pese a todos los terrores, dificultades y obstáculos
que se alcen contra ellos. Que esos obstáculos solo consigan inspirarlos para
una determinación aún más profunda. Que tengan fe en el amor y el poder
imperecedero de todos los seres iluminados que han bendecido y siguen
bendiciendo la Tierra con su presencia, que saquen fuerzas del ejemplo vivo de
los grandes maestros, hombres y mujeres como nosotros que han seguido con
infinito coraje la exhortación del Buda en su lecho de muerte a esforzarse con
todo su ser en alcanzar la perfección.
Que por medio de todos nuestros
esfuerzos, llegue a realizarse la visión de tantos maestros de todas las
tradiciones: un mundo libre de crueldad y horror en el que la humanidad pueda
vivir en la felicidad definitiva de la naturaleza de la mente.
Oremos todos juntos por ese mundo mejor, con Rumi,
Shantideva y San Francisco de Asís:
Oh amor, oh puro
y profundo amor, sé aquí, sé ahora, sé todo;
los mundos se
disuelven en tu inmaculado e infinito resplandor,
las frágiles hojas
vivas arden contigo, más brillantes que las frías estrellas,
haz de mi tu
servidor, tu aliento, tu esencia.
Durante tanto tiempo como exista el espacio y perduren los seres sensibles,
que también yo pueda permanecer para disipar la desdicha del mundo.
Señor, hazme
instrumento de tu paz;
donde haya odio,
siembre yo amor;
donde haya
ofensa, siembre yo perdón;
donde haya duda,
fe;
donde haya desesperación,
esperanza;
donde haya
oscuridad, luz;
donde haya
tristeza, alegría.
Oh, Divino
Maestro,
haz que yo no
busque tanto
ser consolado
como consolar;
ser comprendido
como comprender;
ser amado como
amar;
porque es al dar
cuando se recibe,
es al perdonar
cuando se es perdonado,
y es al morir
cuando nacemos
a la vida
eterna.
(Sogyal Rimpoché, “El Libro Tibetano de la Vida y de
la Muerte”)
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