11/12/13

Servidores de la paz

Thomas Merton escribió: “¿Qué podemos ganar viajando hasta la Luna si no somos capaces de cruzar el abismo que nos separa de nosotros mismos? Este es el más importante de todos los viajes de descubrimiento y sin él todos los demás son inútiles.” Apenas si gastamos nada, en comparación, para enseñar a los seres humanos la naturaleza de la vida y de la muerte y en ayudarles a afrontar y comprender lo que les ocurre cuando llegan al momento de morir. ¿No es hora ya de que la profesión médica entienda que la búsqueda de la verdad sobre la vida y la muerte y la práctica de la curación son in-separables?

¡Qué triste y preocupante situación, qué reveladora de nuestra ignorancia y falta de verdadero amor hacia nosotros mismos y los demás! Rezo porque estas palabras contribuyan en su pequeña medida a cambiar esta situación, que ayuden a despertar a tantas personas como sea posible a la urgente necesidad de transformación espiritual, y a la urgente necesidad de responsabilizarnos de nosotros mismos y de los demás. Todos somos budas en potencia y todos deseamos vivir y morir en paz. ¿Cuándo llegará la humanidad a comprenderlo realmente y a crear una sociedad que de verdad refleje en todos sus aspectos y actividades esa sencilla y sagrada comprensión? ¿Qué vale la vida sin ella? Y sin ella, ¿cómo podemos morir bien?

Las enseñanzas de todos los caminos espirituales del mundo dejan bien claro que en nuestro interior hay una enorme reserva de poder, el poder de la sabiduría y la compasión, el poder de lo que Jesucristo llamaba el Reino de los Cielos. Si aprendemos a utilizarlo, y ese es el objetivo de la búsqueda de la Iluminación, no solo puede transformarnos a nosotros mismos, sino también al mundo que nos rodea.

¿Ha habido jamás una época en que el uso claro de este poder sagrado fuese más esencial o urgente? ¿Ha habido jamás una época en que fuera más vital comprender la naturaleza de este poder puro y la forma de canalizarlo y utilizarlo para bien del mundo? Rezo por que todos puedan llegar a conocer el poder de la Iluminación y a creer en él, y por que todos lleguen a re-conocer la naturaleza de vuestra mente que es cultivar en la base de vuestro propio ser una comprensión que cambia toda vuestra visión del mundo y ayuda a descubrir y desarrollar, de un modo espontáneo y natural, un deseo compasivo de servir a todos los seres, así como un conocimiento directo de la mejor manera de hacerlo, con el talento y la habilidad que cada uno de vosotros tenga y en cualesquiera circunstancia en que os encontréis.

Servir al mundo por medio de la unión dinámica de la sabiduría y la compasión equivale a participar de la manera más eficaz en la conservación del planeta. Los maestros de todas las tradiciones religiosas del mundo comprenden actualmente que la formación espiritual no solo es esencial para monjes y monjas, sino para todas las personas, sean cuales sean sus creencias y su forma de vida. La naturaleza del desarrollo espiritual es intensamente práctica, activa y eficaz. Atrevámonos a imaginar lo que sería vivir en un mundo en el que un número significativo de personas, aprovechando la oportunidad que ofrecen las enseñanzas, dedicara parte de su vida a una práctica espiritual seria, re-conociera la naturaleza de su mente y utilizara la ocasión de su muerte para aproximarse más al estado de buda y renacer con un propósito claro, el de servir y beneficiar a los demás.

La intuición más compasiva de mi tradición y su más noble contribución a la sabiduría espiritual de la humanidad es su comprensión y su repetida puesta en práctica del ideal del bodhisattva, el ser que asume el sufrimiento de todos los seres conscientes, que emprende el viaje hacia la liberación no solo por su propio bien, sino para ayudar a los demás, y que finalmente, tras alcanzar la liberación, no se disuelve en el absoluto ni huye de la agonía del Samsara, sino que elige retornar una y otra vez para poner su sabiduría y su compasión al servicio de todo el mundo.

El mundo necesita más que nada esta clase de servidores activos de la paz, revestidos con la armadura de la perseverancia, dedicados a su visión de bodhisattvas y a la difusión de la sabiduría en todos los confines de nuestra experiencia. Necesitamos abogados bodhisattvas, artistas y políticos bodhisattvas, médicos y economistas bodhisattvas, maestros y científicos bodhisattvas, técnicos e ingenieros bodhisattvas, bodhisattvas en todas partes que trabajen conscientemente como canales de la compasión y la sabiduría en todos los niveles y todas las situaciones de la sociedad, que trabajen para transformar sus mentes y acciones y la de otros, que trabajen incansablemente con el conocimiento cierto de tener el apoyo de los budas y seres iluminados, por la preservación de nuestro mundo y por un futuro más piadoso.

Para quienes buscan en las enseñanzas una guía y fuente de inspiración, que nunca se cansen, se decepcionen ni se des-alienten; que nunca abandonen la esperanza pese a todos los terrores, dificultades y obstáculos que se alcen contra ellos. Que esos obstáculos solo consigan inspirarlos para una determinación aún más profunda. Que tengan fe en el amor y el poder imperecedero de todos los seres iluminados que han bendecido y siguen bendiciendo la Tierra con su presencia, que saquen fuerzas del ejemplo vivo de los grandes maestros, hombres y mujeres como nosotros que han seguido con infinito coraje la exhortación del Buda en su lecho de muerte a esforzarse con todo su ser en alcanzar la perfección. 

Que por medio de todos nuestros esfuerzos, llegue a realizarse la visión de tantos maestros de todas las tradiciones: un mundo libre de crueldad y horror en el que la humanidad pueda vivir en la felicidad definitiva de la naturaleza de la mente.

Oremos todos juntos por ese mundo mejor, con Rumi, Shantideva y  San Francisco de Asís:

Oh amor, oh puro y profundo amor, sé aquí, sé ahora, sé todo;
los mundos se disuelven en tu inmaculado e infinito resplandor,
las frágiles hojas vivas arden contigo, más brillantes que las frías estrellas,
haz de mi tu servidor, tu aliento, tu esencia.

Durante tanto tiempo como exista el espacio y perduren los seres sensibles, 

que también yo pueda permanecer para disipar la desdicha del mundo.


Señor, hazme instrumento de tu paz;
donde haya odio, siembre yo amor;
donde haya ofensa, siembre yo perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz;
donde haya tristeza, alegría.
Oh, Divino Maestro,
haz que yo no busque tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido como comprender;
ser amado como amar;
porque es al dar cuando se recibe,
es al perdonar cuando se es perdonado,
y es al morir cuando nacemos
a la vida eterna.

(Sogyal Rimpoché, “El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte”)