1/5/11

Guía de viaje


“Si las personas conocieran la compasión de Dios hacia los viajeros, estarían siempre viajando. El viaje es una balanza en la que se pesa el valor del carácter.” Mahoma

"Se buscan hombres para un viaje riesgoso, pequeño salario, frío hiriente, largos meses de completa oscuridad, peligro constante, el regreso seguro es dudoso, honor y reconocimiento en caso de éxito." Expedición al Polo Sur de Ernest Shackleton.





Antes de emprender un largo viaje, más aún si vamos a transitar por lugares disímiles y clima cambiante: frío y nieve, lluvia, calor, campo, ciudad, montaña, etc., la experiencia nos dice que resulta muy útil hacer una lista o guía más o menos rigurosa de las cosas que vamos a necesitar.

Podemos hacer cursos o consultar manuales de equipamiento, orientación, primeros auxilios, meteorología, etc., pero por lo común no consideramos como muy importante el equipaje o entrenamiento interior que llevamos. Una carga  que nos guste o no, nos resulte muy pesada o liviana, de cualquier manera siempre nos va a acompañar y determina nuestra disposición y actitud frente a toda  experiencia, y en casos extremos hace la diferencia entre sobrevivir o abandonarse.

Así como sería una negligencia que nos puede ocasionar situaciones muy desagradables y hasta peligrosas no contar con los elementos apropiados,  cuando se trata de un viaje que nos va a llevar toda la vida, la travesía del alma, a la hora de armar nuestro equipo interior deberíamos establecer una guía con algunas pautas básicas o esenciales que serán nuestros valores más apreciados y la fuerza interior que nos sustentará.

En cuanto principios, no importa el número sino la calidad o integridad de los mismos. Más tarde o más temprano la vida nos muestra la realidad de la in-certidumbre, la im-permanencia y la im-posibilidad de pre-ver todas las situaciones: la peor elección sería esperar in-definidamente que se den las mejores condiciones posibles para soltar amarras.

Lo cierto y,  en el mejor de los casos, es que algunas pautas podemos incorporar del entorno, pero muchas otras debemos ir creando, afianzando y perfeccionando con no poco esfuerzo y en sintonía con nuestro propio camino. Y a veces no hay más opción que adquirir fortaleza de nuestras propias limitaciones, si somos conscientes de ellas.

No sabemos por qué ni para qué, pero ¡ya estamos acá! ¿De qué serviría culpar a nuestros padres, a la vida o a Dios? Y no todos se interesan por saber y realizar sus tendencias innatas y su verdadera misión para esta vida. Más vale asumir que la travesía empieza antes del nacimiento y, por lo tanto, es una decisión nuestra realizar semejante viaje, con todo lo que ello implica. De este modo será mucho más fácil despertar ese espíritu de libertad y aventura que nos anima y nos impulsa a explorar y conocernos más.

Luego darle un sentido amplio y a  la vez profundo a nuestro viaje: ver y experimentar otras realidades, pero sin detenernos ni aferrarnos a ellas: ampliar y elevar continuamente la comprensión, la percepción y la conciencia. Crecer interiormente y fortalecer el corazón, sosteniendo una buena disposición para considerar con ecuanimidad todas las situaciones que se nos presenten: sin expectativas, sin juzgar, la mente lúcida y el sentimiento abierto.

Estimar a dónde quisiéramos llegar (no a un lugar sino a un estado del ser) y fijar el rumbo a seguir para no perdernos ni abandonar frente a las confusiones, las tentaciones, las ilusiones y los pensamientos negativos: el sendero del amor a la verdad.

En medio de  la peor tormenta, la noche más oscura del alma y cuando ya parece que no damos más, a modo de cabo de vida para no caer al agua en la navegación,  no perder el control y sostener el dominio de si mismo contra vientos y mareas: coraje y confianza en uno mismo,  la fortaleza interior como alimento y estimulo a la fuerza física.

Vivir intensamente cada experiencia, cada momento, como una oportunidad única, irrepetible, para comprender, discernir, crecer y ser. Al final del viaje y a la hora de la reflexión lo importante no es si subimos la montaña más alta o cruzamos el mar más extenso o cuantas veces nos equivocamos, sino desde dónde lo hicimos: desde el corazón y la conciencia, el amor y la compasión, sintiéndonos uno con todo lo demás, o desde el ego, la ilusión y la separatividad.

La verdadera satisfacción y la mayor alegría residen en el propio esfuerzo y la superación de si mismo realizados, y el mayor des-cubrimiento será re-conocer que la sabiduría que encontramos por el camino ya estaba en nuestro interior, agazapada.