“Cualquiera que sea la motivación principal de nuestra
existencia, esa es nuestra religión. Si hacemos del dinero la sola y única cosa
que merece nuestra atención en la vida, el dólar será nuestro Dios y el dinero
nuestra religión”. (La ciencia de la religión, Paramahansa Yogananda)
Parece ya un hecho generalizado, se da en todos los
ámbitos del quehacer cotidiano, medir el crecimiento humano en términos de
índices de productividad y progreso
económico, de riqueza material, como los únicos indicadores o referentes validos para evaluar a un
individuo, una sociedad o una nación.
Pero la grandeza humana, como los valores
esenciales, representan las virtudes
individuales, y no se pueden medir en términos de porcentajes del PBI, lo que
implica reducir todas las potencialidades del hombre a lo racional-económico,
material-especulativo.
No solo de pan vive el hombre. Hay necesidades básicas que deben ser satisfechas
porque son indispensables para la vida física, y seria in-sensato negar las
posibilidades que brinda un cierto bienestar económico, cuando vivimos en un
mundo esencialmente materialista. Pero “cuando se busca la satisfacción en los
bienes y estos no la traen, se acelera la necesidad de consumir más”.
Y el alma
también necesita alimento y oportunidad para desarrollar y manifestar las
virtudes de las fuerzas anímicas, morales y espirituales que elevan al
hombre en sus aspectos más profundos: ecuanimidad,
sabiduría, solidaridad, compasión, amor.
No hay soledad
más cruel y lastimosa que la del espíritu que se siente solo y separado del
mundo. En ese estado muchas veces se sale a mendigar amor, buscando al menos
una mirada cómplice de ocasión. Y ante el sentimiento de in-comprensión, de
vulnerabilidad y falta de amor se experimenta miedo. Y el miedo instintivo,
como en los animales, origina agresión como mecanismo de defensa, cuando no
pánico y/o depresión.
Comprobar con tristeza y dolor que el otro es siempre
un “extraño”, frente a la máscara del ego y la personalidad: “En los vínculos
zapping, el otro no es alguien por descubrir y con quien construir una
relación, sino alguien que debe satisfacernos o alguien para dejar de lado”;
(Vivir mejor con menos, Patrick Rivers).
Crecer y vivir con una mirada interior, espiritual,
orientada al des-aliento y cuando todo
es nada, siempre aparece la tentación de querer escapar…
Desde una limitada percepción, con la sola visión de
ejemplos para no seguir: “es mejor pasar por des-honesto que por tonto” (Borges); es muy
difícil visualizar una salida. Semejante estado del ser ¿es una situación
excepcional, que afecta a unos pocos? Para nada, solo que muchos pueden y
cuidan muy bien de en-volver estos sentimientos mediante diversos artificios
usados como mecanismos de evasión: el éxito, la distracción, el placer y los
deseos o la sumisión a algo o alguien exterior.
No es muy difícil poder advertir la intima in-satisfacción: el modo y el tipo de
consumir, las formas de trabajar, la forma de conducir, el respeto por las
leyes y los demás, en las relaciones
amorosas, el cuidado del medio ambiente, la ingesta de ansiolíticos, etc.
“Solo el 10 % de las neurosis en nuestros tiempos
tiene un origen patógeno, y el 90 %
restante deviene de la in-satisfacción ante una vida en la que falta la
sensación de sentido y trascendencia”. Víctor Frankl
Precisamente son los etiquetados como neuróticos
quienes más sufren y padecen estos sentimientos de aislamiento individual e
in-trascendencia, mientras que los demás no son conscientes, seria demasiado
aterrador enfrentarlos y en consecuencia: “todo esta bien”.
Sin embargo: “la persona considerada normal en razón
de su buena adaptación, de su eficiencia social, es a menudo menos sana que la
neurótica, cuando se juzga según una escala de valores humanos” (El miedo a la
libertad, Erich Fromm)
Se llama emergente a aquello que sobre-sale, y
que pone en evidencia, refleja, de una manera in-negable estados o aspectos
muchas veces ocultos. Según el diccionario RAE, emergente “es algo que nace y
asciende de otra cosa”, no de aquello que se supone y etiqueta como “normal” o habitual,
sino de algo que permanece implícito,
in-visible, y que de una manera u otra encuentra un canal para salir y
expresarse. Y como irresistible fuerza anímica se puede manifestar en forma
creativa, positiva, o des-tructiva.
Un artista, por ejemplo, es un emergente al canalizar
y plasmar en su obra aquellos aspectos del pensar y del sentir de la época y el
medio en que vive y que en el mejor de los casos representan los verdaderos anhelos del alma,
a menudo in-concientes o expresados como ideales de vida no-realizados: “La
velocidad es la forma de éxito que la revolución técnica ha brindado al
hombre”. (Milán Kundera). “Calma, todo
esta en calma / deja que el beso dure/ deja que el tiempo cure / deja que el alma…tenga
la misma edad que la edad del cielo”. (La edad del cielo, Jorge Drexler.)
Pero también lo es, como canal de aspectos negativos
no resueltos o ignorados, aquel ser marginado por su conducta anti-social, adictiva y/o delictiva en el peor de los casos. La falta
de armonía y los desequilibrios internos, la destructividad y las
enfermedades originadas por la manera de
vivir, son también emergentes.
En la práctica cotidiana y según la situación,
aplaudimos, criticamos o condenamos a nuestros emergentes como si fueran
“ajenos”, pero la ignorancia se transforma en gran hipocresía al negar que
ellos re-presentan y asumen los valores reales que sostenemos, es decir
aquellos que en verdad ejercitamos y no
los que se enuncian como discurso moral cuando conviene la ocasión.
“La peor de todas las faltas es no re-conocer
ninguna”. Albert Einstein
Todo grupo o sociedad esta conformada por individuos,
de manera que la conducta social esta in-negablemente unida a la conducta y el
estado anímico, moral y espiritual de los individuos que la componen.