Si está desde hace tanto tiempo ya en el
centro de las miradas y es motivo de estudio y re-flexión de escritores, filósofos,
meditadores, pensadores, religiosos, etc. no es precisamente por sus conductas
altruistas y/o compasivas. Tanto cayó su
prestigio que muchos de los antes mencionados prefieren evitar nombrarlo como
pronombre personal.
Y no es para menos, el egoísmo como desviación que llega a la
degeneración del principio mismo del ego, es por definición una imperfección del corazón y de la
inteligencia, y el yoísmo en su acepción filosófica la afirmación exagerada de la conciencia de la
personalidad como ser racional y libre.
Ya sea que lo llamemos ego, yo o Yo Soy, es el ser
in-dividual (que no puede dividirse o separarse) el que está como un sol o estrella en el centro de esta existencia
manifestada tal y como la conocemos. La vida del ego
como ser encarnado que debe afrontar in-numerables desafíos y posibilidades de crecimiento, es algo de gran
valor y especial consideración, inclusive en relación a otras entidades no
encarnadas.
Por lo común hacemos la distinción entre un ego o yo verdadero, que se puede llamar nuestra esencia, y un yo que como
personaje actúa representando un papel en el mundo a través de la personalidad.
En un plano más elevado podemos considerar un Yo Superior como principio
espiritual, aliento o soplo de vida, y un yo inferior relacionado con todo lo
manifestado como físico-humano.
El yo relacionado con la personalidad es la materia prima
de la psicología académica, y de toda disciplina enfocada en logros materiales,
en cuanto a la adaptación y eficiencia social, familiar, laboral, de pareja,
etc. Pero para la visión holística-espiritual todos los problemas del hombre,
incluso la enfermedad, se originan en la des-conexión de la personalidad con el
yo verdadero, nuestro ser interior.
Así, entonces podemos considerar al yo por un lado como
principio latente en el hombre y por otro como entidad física-material y ambos
con una característica o sentido y una misión que en algún momento es preciso
unificar.
Desde el budismo se afirma que, después de muchos años de
meditar los maestros, no han encontrado, no existe tal cosa como un yo ni nada
que sea permanente, así no seria otra cosa que una ilusión, engaño o ficción, pero
sí se admite la existencia y continuidad de la consciencia. Si se quiere como
una paradoja, el budismo, al considerar el egoísmo, junto con la ignorancia,
como las principales causas de sufrimiento, re-conoce la existencia de un ego.
La vida del buda histórico fue seguramente el más grande ejemplo de un ser que llegó a la iluminación valiéndose solo de sus propios medios, por
su voluntad y perseverancia en buscar la verdad, el amor y la compasión para el
bien de todos.
Desde otras corrientes espirituales como la antroposofía por
ejemplo, se sostiene la presencia de un
yo que, como principio divino-espiritual fue infundido en el hombre y además lo
diferencia claramente de los seres de los demás reinos al permitirle
experimentar y evolucionar a partir de la consciencia de si mismo, de su
entorno y de toda la existencia.
En el cristianismo, o dicho con propiedad en sus distintas
iglesias y cultos, se suele afirmar que es posible salvar el problema del yo, se trata simplemente ya sea por ruego, revelación, canalización, respuesta a una invocación o siguiendo al pie
de la letra los textos bíblicos, de hacer lo que Dios (como un Dios personal) quiere o manda, lo que implica en la práctica la anulación del yo, de la capacidad propia de
discernir, crecer y crear, de elegir y por supuesto equivocarse.
Como se supone que todo buen padre anhela para sus hijos: la
independencia y la auto-afirmación en todos los aspectos de la vida, junto con el
desarrollo interior; podemos entender como obvio, y por cierto que para muchos
no lo es, que para Aquello que llamamos Dios o el Padre, su mayor alegría o
satisfacción sería que nosotros, sus hijos, no
necesitemos más de El. Es decir que podamos desarrollar una
consciencia moral y del si mismo a partir del propio esfuerzo y despertar.
Lo cierto es que desde la comprensión humana común todo lo
que podamos decir sobre Dios, incluso lo que dicen los textos (se calculan unas
900 versiones de La Biblia, con sus respectivas manipulaciones e
interpretaciones), eso no es Dios. El budismo, el taoísmo, el sufismo, etc. condenados al infierno por algunas ramas del cristianismo por no creer, rechazan la visión de una representación antropomórfica, de un padre o dios personal que concede o no, pero re-conocen un Principio Superior.
Como Principio universal, lo Absoluto se encuentra en todo lo
manifestado, entonces, podemos ver y encontrar Aquello tanto afuera como dentro
nuestro. Si, pero hay una diferencia esencial, al buscarlo dentro nuestro
podemos llegar a percibirlo como algo propio a desvelar y desarrollar, un
impulso vital para volver a ser Uno con el Todo pero desde el trabajo
individual.
La venida de Cristo a la Tierra produjo un punto de in-flexión
en la evolución de la humanidad cerrando un ciclo: su predica basada en buscar
Aquello en nuestro interior, estableciendo la simiente para la manifestación, si lo permitimos, del principio espiritual en cada uno, el Yo Soy, y de considerar a la verdadera
familia como constituida por firmes e invisibles lazos de comunión espiritual y
no por vínculos de sangre, de razón social o doctrinaria.