15/11/13

Manifiesto médico



“La medicina necesita médicos de manos calientes, de hombres con corazón y pensamientos abiertos que hagan de la medicina un acto sagrado”. Dr. Ryke Geerd Hamer




Debo confesarlo. Estoy preocupado.
Los médicos estamos perdidos.
No sabemos qué es lo mejor para nuestros pacientes.
Pero eso no es lo que me preocupa.
Es que ante esa ignorancia, no dudamos en hacer lo peor.
Somos hipócritas. Somos necios.
Somos poco serios con la gente que nos pide ayuda.

Debo confesarlo. Estoy preocupado.
Los médicos no debemos seguir luchando entre nosotros.
Expresando delante de los pacientes críticas a nuestros colegas.
Diciendo que los que no hacen lo que nosotros hacemos.
Son comerciantes. Ignorantes. Peligrosos.
Cuando la ignorancia es criticar sin conocer.
Cuando el peligro es comerciar sin dar nada valioso a cambio.

Debo confesarlo. Estoy preocupado.
Los médicos no somos sabios.
No leemos a los grandes maestros.
No investigamos nuestro propio corazón.
Sólo repetimos ciertas modas calificadas de ciencia.
Interpretamos estadísticas como verdades reveladas.
Trabajamos con nuestros semejantes como si no tuvieran alma.

Debo confesarlo. Estoy preocupado.
Los médicos no amamos a nuestros pacientes.
Nos molesta su pregunta, su deseo, su miedo.
Queremos que sean piedras sin luz propia.
Ansiamos que no nos llamen ni interrumpan nuestro descanso.
Los convertimos en enemigos si no se curan.
Nos liberamos si se van de nuestras vidas.

Debo confesarlo. Estoy preocupado.
Los médicos vamos por mal camino.
Porque no somos médicos para anotar en planillas.
Lo somos para ayudar y guiar al que sufre.
Y nos hemos convertido en tecnócratas de la salud.
En dueños de un poder que no duda en sacrificar a los otros.
En jueces que tratan a sus pacientes como reos.

Debo confesarlo. Estoy preocupado.
Los médicos creemos ser poderosos.
Hablamos por los medios sin humildad.
Damos respuesta a todo, sin siquiera escuchar la pregunta.
Vociferamos el peor de los infiernos si no se hace lo que decimos.
Ignoramos el saber popular.
Nos olvidamos de Dios creyéndonos dios.

Debo confesarlo. Comienzo a tener esperanzas.
Los médicos nos encontramos.
Al no saber hacer lo mejor siempre elegimos no hacer lo peor.
Recuperamos nuestra capacidad de pensar.
Jamás hacemos a los otros lo que no haríamos con nosotros.
Somos hermanos de nuestros pacientes.
Los escuchamos con respeto. Con ganas de ayudarlos.

Debo confesarlo. Comienzo a tener esperanzas.
Los médicos reconocemos en un colega a un hermano.
Lo respaldamos. Lo cuidamos. Lo aconsejamos.
No actuamos corporativamente y denunciamos a los que no respetan a sus pacientes.
Nos damos cuenta que el valor de un médico es el amor que tiene por sus pacientes.
Alentamos a los que estudian lo que la Universidad aún se niega a enseñar.
Nos abrimos al saber de los pueblos.

Debo confesarlo. Comienzo a tener esperanzas.
Los médicos nos acercamos a la sabiduría y no solo al conocimiento.
Aprendemos de los grandes maestros.
Abrimos nuestro corazón a nuestras propias dudas.
No confiamos ciegamente en lo que nos dicen los grupos de poder.
Nos jugamos por el dolor del semejante.
Que es nuestro dolor y el de los que ya no están.

Debo confesarlo. Comienzo a tener esperanzas.
Nuestros pacientes son nuestros hermanos.
Y los tratamos como haríamos con nuestra madre, con nuestro hijo.
Los miramos con afecto, les sonreímos, nos preocupamos por ellos.
Son lo más importante en nuestro camino. Aprendemos de ellos.
Los ayudamos a no sufrir, los contenemos, los protegemos.
Oramos por ellos. Rogamos que nada malo les pase.

Debo confesarlo. Comienzo a tener esperanzas.
Los médicos nos damos cuenta que Dios también nos ha creado.
Tomamos conciencia de la responsabilidad que tenemos.
No para temerle a nuestros pacientes, sino para ponernos de su lado
No tenemos en nuestras manos su vida, sino sus esperanzas.
Colaboramos con la Luz, no con el poder que los esclaviza.
Somos humildes instrumentos de Dios y no poderosos jueces de la muerte.

Debo confesarlo. A veces tengo esperanzas.
Y me levanto con la ilusión de poder ayudar a mis pacientes.
Después el día apacigua mis ilusiones.
Porque el dolor es muy grande y los medios tan pocos.
Pero no pierdo las esperanzas y reincido cada mañana.
Al fin de cuentas, los médicos no estamos solos.


[ Dr. Fernando Callejón, Medicina Psicobiológica ]



6/11/13

La posada del buscador

Maestros y caminos  espirituales   se refieren a nuestro mundo y a la condición  mundana  con la connotación de un estado inferior, poco desarrollado y limitado. La aspiración del hombre debería ser  siempre  a elevarse, de ahí la comparación permanente con otros mundos o planos más evolucionados. Pero esos otros mundos, ya sea los de arriba o los de abajo están, en potencia, en éste y el más simple y humilde  de los hombres tiene la semilla del poder para realizarlos.

Cuando está todo bien, o mirando desde afuera, resulta fácil pensar y decir que toda crisis  es una oportunidad para crecer y crear. Pero la realidad es que cuando estamos inmersos en una fuerte crisis existencial o padeciendo una grave enfermedad  el médico de cabecera anuncia que no existe opción de cura, no es nada fácil no solo ver una salida sino poder realmente acceder a ella.

El mejor de los eruditos   a veces no puede   resolver su propia crisis. Por analogía, es la experiencia de  entrar  a un  museo y tener que conocer  composición, teoría del color, morfología, historia del arte y hasta las últimas teorías filosóficas-psicológicas para ver y comprender una obra. Una verdadera Obra de Arte, como el Universo y todo lo que existe en El, debe conmover y comunicar  algo a un espíritu sensible, más allá de su interpretación intelectual.

La teoría no es la realidad que se vivencia en carne propia, las herramientas espirituales, invocaciones, visualizaciones, mantras, etc. no funcionan como nosotros quisiéramos. ¿Qué se hizo mal, las palabras o el modo de expresarlas no fueron las correctas, no hubo suficiente convicción, disposición y/o repetición suficiente o… las deidades no contestan?

Somos  nuestro peor enemigo y el mayor obstáculo a vencer para dar paso a la luz espiritual, en cuanto a los aspectos del yo que incorporamos en nuestro interior más profundo, que acechan en segundo plano como  demonios  y buscan la oportunidad para manifestar su veneno, que  se nutren del recuerdo de las peores y más penosas influencias y vivencias, que nos quieren quitar o negar lo mejor que tenemos y que  no desean que sanemos (que seamos íntegros).

En el misterio del mal, las influencias de los llamados demonios, que obedecen al señor  tenebroso, en la vida  del hombre consisten en crear y fomentar la ignorancia que a su vez genera la des-confianza, la duda permanente, la mentira, la ilusión, el miedo, el odio, la difamación, etc., conductas que terminan provocando sufrimiento y enfermedad, lo contrario de la Unidad, la Verdad y la Vida.  Por otra parte se asume que en la responsabilidad y la integridad moral de cada uno se encuentra el poder de vencer la tentación, una prueba y el ejemplo que el mismo Cristo realizó.

Ser pobre en espíritu es la condición primera, el estado más puro y transparente  de la mente-corazón, para abrirse y acceder a los mundos superiores y consiste precisamente en des-pegarse y trascender la ignorancia y las ilusiones que construye el ego, que incluyen caer en la soberbia de erudición y la soberbia espiritual, en este sentido nos dice Cristo: “El mundo es como un puente, crúzalo, pero no construyas tu hogar en él”.

Cuando estamos en nada, interiormente a la deriva,  estamos expuestos y vulnerables a influencias de toda clase,  a merced del viento y las mareas. La  autoridad, la concentración y el dominio de sí mismo (representados por la vara o bastón del mago y el  cetro del rey) determinan la  dignidad y la libertad para discernir, ser y obrar en consecuencia con el poder adquirido.

En  el Dzogchen de la tradición Bön del Tíbet, de al menos 9000 años de antigüedad, se llama auto-conocimiento a la consciencia que percibe nuestro estado natural, no-contaminado, es darse cuenta de la totalidad única de la esencia en  nuestro ser y su manifestación no-dual. El prefijo auto se relaciona con el vacío y lo que se entiende por conocimiento es la consciencia despierta de la base o esencia.

Para un corazón endurecido  los buenos pensamientos no alcanzan, no pueden liberar o borrar los malos pensamientos enquistados. Los pensamientos no pueden ir más allá de los pensamientos, y si bien son creadores a veces es necesario crear o hacer algo primero, ser autor (todo lo que es es movimiento) para que se produzca un nuevo pensamiento-estado más armónico y elevado.  

¿Quién no tiene ni tuvo nunca pensamientos y actitudes negativas? Las enseñanzas de Cristo nos hablan  de una verdadera transmutación  interior de las influencias, pensamientos y conductas negativas por medio de la fuerza del fuego espiritual o espada flamígera.

Elevar lo inferior o im-perfecto a una cualidad superior es un método que ya enseñaba Hermes Trismegisto y es la Obra del  alquimista. Igual que en el proceso exterior, la alquimia interior  consiste primero en disolver  en sus componentes las impurezas  del cuerpo y la mente para luego re-integrarlas-coagularlas en Luz.

Viendo los efectos de los pensamientos que alimentan y  construyen el ego se comprueba la verdad  del no-pensar  en la sabiduría del Tao, donde  los pensamientos son obstáculos para vivir en armonía espontánea y natural desde y con la totalidad del vacío-esencia. La Libertad y el Hombre Verdadero surgen con el despertar de la auto-consciencia de la sabiduría innata que es luz ilimitada.

La premisa del buscador de la verdad es hacer de la posada que lo alberga en esta vida transitoria  una casa de devoción, y de su viaje por este mundo una aventura de iniciación.