23/8/10

La magia del silencio



 
Si consideramos la existencia del sonido Primordial, el Verbo creador de la manifestación física del universo que percibimos, deberíamos considerar también la presencia del silencio Primordial, lo aún no-manifestado, la fuente y la esencia de todo lo creado.

En el universo todo es vibración, desde la frecuencia más alta, sutil y etérea que se va transformando hasta llegar a la mas lenta, la materia densa: la luz, los sonidos, los colores, las palabras, las letras, los números, las partículas, los chacras, etc., y por lo tanto nosotros mismos.

Hay músicos que destacan la importancia de los silencios en sus composiciones, pero ¿Cómo percibimos el sonido del silencio o la vibración que existe entre dos notas musicales?

Como en la música, el universo es armonía y existe el ritmo y los tonos de los ciclos, y en el pentagrama de la existencia entre dos notas de la vida hay un silencio. Pero no consideramos el valor sagrado del silencio como vibración y poder armonizador y creador.

Así como todo lo que percibimos como manifestación física se originó en lo no-manifestado, el sonido es el silencio manifestado.

El color negro evoca lo no-manifestado, lo oculto, el misterio, la oscuridad, en muchas culturas la muerte; así como a partir del blanco irradian los demás colores, el negro absorbe y guarda en si mismo las vibraciones de todos los colores. Los cristales que tantos beneficios nos aportan, crecen en la profunda oscuridad de la tierra. Hoy los científicos saben, sin poder determinar su origen ni su sentido ultimo, que el 75 % de la energía que hay en el universo es energía oscura. Y la Luz surgió de las Tinieblas.

Podemos considerar el silencio auditivo y el visual, en principio como los más evidentes que percibimos, y el más trascendente y menos común de experimentar es el silencio mental, la quietud de los maestros y el medio para centrarse, salir del ego y conectar con el Todo. En la respiración, la pausa entre la inspiración y la espiración evoca el silencio, la calma, una “pequeña muerte”, el cese total de la respiración vital es la muerte física y el paso a otro estado de existencia y de vibración.

No hablar, suponer que escuchamos atentamente y creer que pensamos en nada suele ser una trampa del ego, la mente sigue generando pensamientos que no podemos controlar (en algunos lenguajes de computación se utiliza el término daemon o demonio para designar los procesos que se ejecutan en segundo plano).

Son muy pocos quienes pueden permanecer siquiera unos minutos en silencio interior, siempre necesitamos y estamos buscando la compañía de las palabras, los recuerdos, los deseos para el futuro o algún ruido de fondo que nos entretenga y distraiga.

Tememos y escapamos del silencio así como escapamos de nosotros mismos, del presente y de considerar la presencia inevitable de la muerte, el “gran silencio”, la impermanencia de todas las cosas de la vida, como un aspecto que forma parte de la existencia.

En el trabajo espiritual el silencio significa controlar y detener la mente mecánica y los pensamientos, hasta llegar a experimentar que ya no tienen poder sobre uno, y al mismo tiempo estar en plena y alerta conciencia, como en los estados elevados de meditación. Los maestros investigan, estudian, meditan y practican una disciplina para la vida física y los sentidos, y una para la muerte considerada como la ausencia de aquellos, es necesario aprender a vivir y también a morir.

Hay el aprender del escuchar que no tiene nada que ver con el sentido del oído, es un comprender y aceptar con el corazón. Y también hay una transmisión por “Presencia”, donde no se trata de hablar ni de escuchar sino de captar desde el silencio interior la vibración del otro.

En una oportunidad el Buda histórico convocó a todos los monjes a una reunión, ya en el lugar de encuentro durante la ceremonia los discípulos venidos de todas partes aguardaban las palabras del Maestro, el Buda después de permanecer por mucho tiempo en actitud meditativa y en completo silencio levantó entre sus manos, sin decir una palabra, una flor de loto, solo uno de los monjes sonrió y mirando al Buda comprendió, fue el nacimiento del budismo Zen.