11/1/13

El camino del ego: las relaciones sub-humanas


"Ningún problema se resuelve al nivel en que se originó, para hallar la solución es preciso alcanzar un nivel superior". Carl Jung


A lo mejor sale todo bien…Y seguimos nuestro camino permanente de afianzar, hacer crecer y defender el ego contra vientos y mareas. Tanta relevancia puede tomar el ego que a veces se confunde con una cuestión de dignidad, una herida profunda en el ego puede ser muy difícil de cicatrizar y aunque creemos que ya la olvidamos suele permanecer mucho tiempo, a veces toda la vida, en forma in-consciente  provocando daños emocionales, mentales y/o físicos.

Podemos ser tan sensibles y vulnerables en cuanto al ego se refiere que hay quienes para intentar protegerlo y/o engrandecerlo adoptan la actitud de atacar o des-valorizar primero la integridad egoica de los otros. No está de más decir que el debate que genera el ego, o ego contra ego, nunca pretende entender al otro sino más bien ridiculizarlo y/o destruir su argumentación.

Es preciso sostener una dosis de auto-estima, vital como necesaria para la super-vivencia y la con-vivencia pero otra cosa es el egoísmo como deformación del principio de individualidad y que pretende según el caso, invadir o des-conocer la integridad individual de los demás. La individualidad no es otra cosa que el poder, capacidad o potencial interior para crecer, a pesar del poder y/o las influencias negativas e ilusiones del entorno.

El crecimiento y la aceptación del egoísmo, ya sea implícita o explícita-mente, significa in-exorablemente distanciamiento, in-tolerancia e in-comprensión entre los hombres, que terminan por crear relaciones sub-humanas: no, no puede ser que el otro tenga razón y además una forma de ver distinta.

La verdad es que a la mayoría de la gente, salvo que se rocen aspectos o intereses personales-familiares o estados patológicos, no le importa nada cómo somos, estamos, o qué hacemos por la sencilla razón que están ocupados cultivando y adornando, antes que nada, sus propios egos. Una cosa es jugar o actuar un rol para esta existencia y otra cosa es creérselo y asumir que es todo lo que hay y además controla nuestra vida.

Y tanto esfuerzo ¿Para qué? Si al menos sirviera para acercar lo lejano, amar y comprender de verdad, para experimentar la unidad entre los hombres en lugar de solo las diferencias. Decimos que podemos amar o que creemos en Dios y tenemos fe. Pero detrás de las máscaras hay soledad que ninguna compañia puede salvar, se trata del vacío de vida interior, en todo lugar siempre ensimismados y a merced de los caprichos de nuestro ego.

A veces ni siquiera sabemos en qué medida en verdad nos respetamos y queremos a nosotros mismos; y aunque de pronto un Ser de Luz viniera a nosotros no lo escucharíamos, absortos en nuestras presunciones. Así, lo que hacemos no es otra cosa que des-preciar, des-aprovechar y de-nigrar la vida alejándonos de lo esencial cada vez más, solo buscando importancia personal y/o bienes materiales, que no es lo mismo que respetar y honrar la vida.

Dignificar la vida es erguirse y elevarse hacia las alturas del espíritu, el mayor potencial que tenemos, donde reinan la armonía y la unidad que se corresponden con la meditación y la contemplación, la cima donde mueren los egos y las formas, ya sean materiales o formas de ser y de ver aceptadas o adoptadas por conveniencia social y/o personal.

El verdadero enemigo no está afuera: “Tus enemigos más mortales, los que te han tenido atado al sámsara durante in-calculables vidas desde un tiempo sin principio hasta el presente, son el aferramiento y lo aferrado”. [Dudjom Rimpoché, citado en "El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte”].

Todos venimos a este mundo para des-envolver una tarea específica con un objetivo común: elevarnos y liberarnos de los condicionamientos y la ignorancia que solo traen más sufrimientos. Y si no lo realizamos, decía Rumi, maestro y poeta sufí, es como no haber hecho nada; tendremos que volver y repetir similares experiencias una y otra vez.