En el silencio
interior, que no es lo mismo que el aislamiento o soledad, se anhela la calma y
la armonía, aquietar deseos, emociones y
pensamientos para conectar con lo mejor
y más elevado en uno. Y si bien es un estado que en su fase más desarrollada
supone la in-dependencia de influencias externas, hay circunstancias que lo
favorecen o no.
El Retiro, que
puede ser compartido pero en un sentido es siempre individual, es una excelente
oportunidad por la cual se debería estar agradecido cuando se presenta, para
practicar y/o compartir ejercicios espirituales: estudiar, re-flexionar, meditar,
actualizar y evaluar el propio estado interior.
No se nos enseña
a vivir y mucho menos a morir, siendo la impermanencia un hecho in-evitable que forma parte de la
aventura de vivir. Nadie quisiera re-conocerlo, menos que nadie los padres,
pero todo nacimiento es el comienzo de una nueva muerte. El miedo a la
impermanencia de todas las cosas, fenómenos y seres no es otra cosa que el miedo
a la muerte.
No tener miedo a no-ser re-conocido,
valorado o querido, a no ser algo o
alguien, a no tener esto o lo otro, al vacío,
es no tener miedo a la im-permanencia, a la libertad en última
instancia. Lo contrario y usual se manifiesta a través del fuerte aferramiento
a las cosas y/o a las personas, ya en lo concreto o como un continuo deseo in-satisfecho.
Hay
que poder experimentar alejarse de las
tendencias generales del entorno sin sufrir por ello, somos humanos es la
justificación. El Ermitaño puede sentir pena o tristeza, pero no por añorar las
cosas del mundo sino por la in-comprensión y la hipocresía que se manifiestan en
y hacia ellas.
Finalmente una
vivencia de la comprensión profunda de la propia responsabilidad es que todo lo
que hagamos o dejemos de hacer nos afecta no solo a nosotros sino a todo lo que
hay. En tanto es una elección y construcción individual, una creación nuestra in-transferible,
en esto en un sentido estamos solos aunque sepamos en la intimidad que la Fuerza del Universo nos acompaña.
El Ermitaño, Arcano
N° IX del Tarot, como Arquetipo que todos llevamos dentro, alude al autentico,
sabio y solitario buscador de la verdad. A diferencia del Hierofante o Sumo
Sacerdote, el Ermitaño no sigue necesariamente un dogma religioso ni pretende
el poder que éste pudiera ostentar.
En la
numerología pitagórica el nueve representa la plenitud espiritual. En la
tántrica es el Cuerpo Sutil, aquello que
da la capacidad de ver más allá de lo que se percibe, más allá de lo finito,
aparente y limitado. Es también el
desafío Misterio vs. Maestría: donde hay maestría no hay misterio.
Las claves de
este arquetipo son la meditación y la introspección, la necesidad de silencio, el
retiro espiritual, iluminar el camino, escuchar la voz interior, purificar
pensamientos y emociones, lo cual no significa tener que vivir en una ermita
pero si implica llevar una vida más ascética y ordenada.
“Para llegar al
amor a todo, me retiro en la soledad. Allí, en el último rincón del universo,
es donde abro mi alma como una flor de pura luz. Gratitud sin exigencia, la
esencia de mi sabiduría es la sabiduría de la Esencia”. (A. Jodorowsky)
El
Ermitaño tiene mucho que enseñar, aunque
no siempre se decide a hacerlo, su energía esta puesta en asimilar lo aprendido
y comprenderse primero a si mismo para poder comprender a los demás. Nos enseña
a viajar hacia adentro, es la parte más sabia de cada uno, la que escucha y el silencio
que hace falta para experimentar el Ser.
Representa la sabiduría, la frase de Buda SE UNA LUZ EN TI MISMO, lo define. En las cartas suele llevar un farol o una luz iluminando el camino en su búsqueda de sabiduría y auto-conocimiento, la luz que abre el camino también para quienes vienen detrás.
Y para
encontrarse con si mismo debe estar solo, sin compañía humana y con la
in-diferencia que como un estigma lo va a perseguir, no hay palabras de aliento
ni de des-ánimo, nadie ante quien llorar ni reír, nada que explicar ni
justificar, las ilusiones del mundo ya quedaron muy lejos…