“Esta sabiduría (espiritual) no se logra mediante el
saber corriente, sino a través de profundas y penosas experiencias del alma.
Tampoco se adquiere en el curso de una sola sino a través de muchas
encarnaciones, aunque siempre parcialmente, puesto que solo la búsqueda de
todas las posibilidades de sabiduría nos la daría en su plenitud”. (El
Evangelio según San Mateo, Rudolf Steiner.)
Diversos motivos y/o contingencias de la vida pueden
llevarnos a buscar la evidencia oculta detrás de la apariencia. Pero lo que
define al auténtico buscador y lo distingue del curioso o de aquel que se
abraza ciegamente al primer dogma que como ansiado refugio se le presenta, es
precisamente el hecho de no conformarse nunca con una sola y única perspectiva.
Se podría
afirmar que no hay nada que buscar, no hay conocimiento supremo alguno, ni nada
que descubrir, desde una cumbre espiritual, y aun así siempre habrá mayores
alturas por alcanzar. De otra manera la
negación es una forma de autismo que
ignora la íntima relación de todas las cosas y fenómenos, y de una realidad que
en algún momento, por lejos que creamos estar, nos va a alcanzar a todos.
Para el sincero y
entusiasta buscador de la verdad, el viaje hacia lo no-conocido es en si mismo
la principal motivación, no busca un logro personal y a veces nada en especial. Sabe
que hay grados de verdad, y que aquella que se le presente estará en sintonía con su propia vibración interior para poder ser asimilada plenamente.
La posibilidad de acceder a
una verdad Ultima se percibe en esferas tan elevadas como in-imaginables. Y a
pesar de los obstáculos y limitaciones propias y ajenas, comprueba una y otra
vez que el fortalecimiento general, la renovación y el enriquecimiento del
espíritu siempre superan al mayor esfuerzo.
Si nos consideramos
separados de aquello que queremos conocer seguimos en la dualidad, alguien que
conoce y algo a conocer, así la paradoja
es que cuanto más nos aferramos en
conocer algo sentimos que más nos alejamos de ello. Solo derribando las barreras de la mente mecánica y la
consciencia ordinaria es posible vivenciar que en esencia no hay diferencia
entre nosotros y lo otro. Es
cuando se experimenta que nada
esta separado, todo pertenece al Todo que esta en todos.
El buscador iniciado vive
en este mundo, y entonces de lo que trata es de comprender aquello que la realidad que se presenta no
es. Es el intento de des-cubrir lo que esta detrás de lo que percibimos y
en eso radica el despertar que, como sabiduría, fluye finalmente en un arte de vivir. Y aunque se siga haciendo lo
de siempre, se lo hará ahora desde una nueva perspectiva y con un nuevo
impulso.
La sabiduría que
expresa las mayores verdades
espirituales está viva en los actos cotidianos más simples y espontáneos y no en
los discursos ilustrados. En el Zen, por ejemplo, la iluminación se considera
como nada en especial o lo perfectamente natural y se puede
producir limpiando el piso, pintando o esbozando las estrofas de un haiku. Por
supuesto que no es tan fácil como parece sin una disposición y un arduo y
perseverante trabajo interior.
Lo más sencillo
y natural suele ser lo más difícil de des-envolver, tan bien envueltos y atados estamos. Así es que debemos abstraernos de nuestro ego y
condicionamientos, pero sin buscarlo
expresamente, para poder experimentar un estado de vacío, de no-yo, y donde uno
no es sino un instrumento que re-suena naturalmente
con el Todo.
Donde se
sostiene la supremacía del pensamiento
racional es esencial poseer el mayor poder de argumentación, se confunde sabiduría con acumulación de conocimientos, erudición, y el
estado de vacío con una suerte de asociación
libre psicológica, donde se trata de pensar en no pensar (algo tan
complicado como desear no-desear) y donde todo lo que surge vale y además se
considera creativo.
Sin embargo la
verdadera sabiduría que lleva al despertar consiste en un estado no mental y natural
de pureza, de soltar, de desnudez y espontaneidad, de ser como niños, que no
significa ingenuidad ni ignorancia sino sencillez, transparencia, amor y compasión sin discriminación alguna.
La travesía adquiere un sentido trascendente y a la vez
muy concreto y humano cuando se
vislumbra que una verdad suprema para
este mundo que podemos des-velar es tan sencilla, y tan difícil, como salir de
la prisión del ego y el dialogo interior negativo y enfermante para vivenciar la
alegría de dar sin esperar nada, y la
calidez en la compasión y el amor al prójimo. Y entonces si, tal vez, podremos
afirmar: confieso que he buscado.