22/6/12

Confieso que he buscado (la paradoja del conocer)


“Esta sabiduría (espiritual) no se logra mediante el saber corriente, sino a través de profundas y penosas experiencias del alma. Tampoco se adquiere en el curso de una sola sino a través de muchas encarnaciones, aunque siempre parcialmente, puesto que solo la búsqueda de todas las posibilidades de sabiduría nos la daría en su plenitud”. (El Evangelio según San Mateo, Rudolf Steiner.)


Diversos motivos y/o contingencias de la vida pueden llevarnos a buscar la evidencia oculta detrás de la apariencia. Pero lo que define al auténtico buscador y lo distingue del curioso o de aquel que se abraza ciegamente al primer dogma que como ansiado refugio se le presenta, es precisamente el hecho de no conformarse nunca con una sola y única perspectiva.

Se podría afirmar que no hay nada que buscar, no hay conocimiento supremo alguno, ni nada que descubrir, desde una cumbre espiritual, y aun así siempre habrá mayores alturas por alcanzar. De otra manera  la negación  es una forma de autismo que ignora la íntima relación de todas las cosas y fenómenos, y de una realidad que en algún momento, por lejos que creamos estar, nos va a alcanzar  a todos.

Para el sincero y entusiasta buscador de la verdad, el viaje hacia lo no-conocido es en si mismo la principal motivación, no  busca  un logro personal y a veces nada en especial. Sabe que hay grados de verdad, y que aquella que se le presente estará en sintonía con su propia vibración  interior para poder ser asimilada plenamente.

La posibilidad de acceder a una verdad Ultima se percibe en esferas tan elevadas como in-imaginables. Y a pesar de los obstáculos y limitaciones propias y ajenas, comprueba una y otra vez que el fortalecimiento general, la renovación y el enriquecimiento del espíritu siempre superan al mayor esfuerzo.

Si nos consideramos separados de aquello que queremos conocer seguimos en la dualidad, alguien que conoce y  algo a conocer, así la paradoja es que cuanto más nos aferramos  en conocer algo sentimos que más nos alejamos de ello. Solo derribando  las barreras de la mente mecánica y la consciencia ordinaria es posible vivenciar que en esencia no hay diferencia entre nosotros y lo otro. Es cuando  se experimenta que  nada  esta separado, todo pertenece al Todo que esta en todos.

El buscador iniciado vive en este mundo, y entonces de lo que  trata es de  comprender aquello que la realidad que se  presenta no es. Es el intento de des-cubrir lo que esta detrás de lo que percibimos y en eso radica el despertar que, como sabiduría, fluye finalmente en  un arte de vivir. Y aunque se siga haciendo lo de siempre, se lo hará ahora desde una nueva perspectiva y con un nuevo impulso.

La sabiduría que  expresa las mayores verdades espirituales está viva en los actos cotidianos más simples y espontáneos y no en los discursos ilustrados. En el Zen, por ejemplo, la iluminación se considera como nada en especial o lo perfectamente natural y se puede producir limpiando el piso, pintando o esbozando las estrofas de un haiku. Por supuesto que no es tan fácil como parece sin una disposición y un arduo y perseverante trabajo interior.

Lo más sencillo y natural suele ser lo más difícil de des-envolver, tan bien envueltos y atados estamos. Así es que debemos abstraernos de nuestro ego y condicionamientos,  pero sin buscarlo expresamente, para poder experimentar un estado de vacío, de no-yo, y donde uno no es sino un instrumento que re-suena naturalmente con el Todo.

Donde se sostiene la supremacía  del pensamiento racional es esencial poseer el mayor poder de argumentación,   se confunde  sabiduría con  acumulación de conocimientos, erudición, y el estado de vacío con una suerte de asociación libre psicológica, donde se trata de pensar en no pensar (algo tan complicado como desear no-desear) y donde todo lo que surge vale y además se considera creativo.

Sin embargo la verdadera sabiduría que lleva al despertar consiste en un estado no mental  y  natural de pureza, de soltar, de desnudez y espontaneidad, de ser como niños, que no significa ingenuidad ni ignorancia sino  sencillez, transparencia,  amor y compasión sin discriminación alguna.

La travesía adquiere un sentido trascendente y a la vez muy concreto y humano  cuando se vislumbra que  una verdad suprema para este mundo que podemos des-velar es tan sencilla, y tan difícil, como salir de la prisión del ego y el dialogo interior negativo y enfermante para vivenciar la alegría  de dar sin esperar nada, y la calidez en la compasión y el amor al prójimo. Y entonces si, tal vez, podremos afirmar: confieso que he buscado.


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