27/3/16

La luz saliendo por sí misma de las tinieblas


“Las enseñanzas espirituales no surgen de la consciencia del pensamiento de los fundadores humanos de las religiones en el espacio y tiempo físico, sino que se despiertan desde su más profunda consciencia y provienen del espacio de la religión, más allá del tiempo cronológico y del espacio geográfico.” (La esencia del Dzogchen en la tradición Bön, Tenzin Wangyal Rínpoche).


Al comienzo de su Obra  y estando Jesús en su familiar ciudad de Nazareth asistió al servicio de la sinagoga donde fue invitado, dado que por nacimiento y educación era rabino, a dirigir el servicio religioso. Luego de las oraciones y las lecturas habituales, a la hora del sermón su mensaje fue enumerar las malas costumbres y prejuicios de la gente, censuró los mezquinos formulismos y supersticiones culturales.

Les recomendó que aspiraran a llegar a las cumbres espirituales y que abandonaran los bajos instintos a los que estaban apegados. Exhortó a la audiencia a que desechen las ilusiones de la vida material y siguieran la Luz del Espíritu. Estas y muchas más cosas les dijo.

Y entonces todos los presentes se levantaron de sus asientos y se abalanzaron sobre Jesús insultándolo a gritos, lo sacaron de la tarima y lo echaron a empujones hasta los suburbios de la población con la intención de arrojarlo a un profundo precipicio. Finalmente ante el dominio de sí mismo y el poder de la energía que irradiaba el Maestro desde su mirada, la muchedumbre retrocedió aterrada. "Nadie es profeta en su tierra", diría luego Jesús.

En otra ocasión, luego de los hechos de Lázaro el gentío acudía a Betania a renovar su adhesión al Maestro, a quien antes vilmente habían abandonado. Eran adoradores del dios del éxito, y los últimos milagros habían re-avivado su escasa fe y acudían con entusiasmo a alabar y bendecir al Maestro, al mismo que ayer habían insultado y contra el que mañana pedirían a gritos: “¡Crucificadle!”.

En la hora de la prueba final, de los que seguían a Jesús ninguno se atrevió a confesar su adhesión al Maestro. Y aún de los Doce Apóstoles elegidos uno lo traicionó, otro le negó y todos huyeron al verlo en manos de sus enemigos. ¡Y por ellos vivió, sufrió y enseñó el Hijo del Hombre!

A modo de muestra, estos hechos evidencian las conductas de las multitudes, la psicología, la ignorancia y la hipocresía humanas. Cada cual entiende en lo que ve, lee y escucha lo que es capaz de entender. Y todavía muchos niegan o se preguntan para qué sirven las enseñanzas esotéricas, reservadas en principio para quienes pudieran comprenderlas. La hoguera, el des-tierro, la in-diferencia, la cruz, designaron la suerte de muchos mensajeros que vinieron a enseñar la Verdad a este mundo.

Las enseñanzas espirituales podrán ser comprendidas lógicamente como conceptos, pero desde la percepción humana-materialista del mundo y de la realidad nunca podrán ser plenamente asumidas y realizadas. Si pensamos que todo se reduce a un cuerpo de carne y hueso y que la buscada in-mortalidad se refiere al cuerpo y no al alma o espíritu, jamás podremos ver que las realidades trascendentes no son de este mundo, no son humanas.

A diferencia de los decretos sancionados por la jerarquía católica en su momento y la interpretación teológica académica-oficial, la Tradición esotérica-iniciática, que proviene de un tiempo in-conmensurable anterior a la venida del Mesías, sostiene que la resurrección de Cristo se realizó en su cuerpo astral y no en su anterior cuerpo físico-material.

Solo desde la perspectiva que somos en esencia seres espirituales que adoptamos un cuerpo para manifestarnos aquí podemos contemplar los  Principios y Leyes espirituales que rigen el orden y la armonía necesarios como la Luz que no solo  ilumina a este mundo sino a todo el Universo. Las generaciones y los ciclos o etapas humanas pasarán pero las Grandes Verdades no pasarán.

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