En la primera operación de la Obra alquímica la unión del mercurio, animado por su matrimonio, con el azufre, se describe como agua ígnea, materia negra o espíritu vital aún no separado de la forma. El proceso continúa con la Ablución o resurrección, que no consiste en
sumergir o lavar con agua sino en purificar la materia que está en putrefacción
(separación, división, perdición, corrupción, etc.) mediante un fuego contínuo
hasta llegar al color blanco.
Así en el lenguaje simbólico hermético-alquímico se
habla de un fuego que no quema y de un
agua que no moja; el Azoth es lo que nace del fuego y el agua y su
mercurio sirve para blanquear el latón o materia en putrefacción.
El agua y el fuego aparecen como
elementos opuestos, sin embargo desde una visión más profunda se complementan
como Principio. La evaporación de las aguas
por el calor del sol representa una verdadera transformación de lo denso y limitado
de las formas en algo sutil y puro. Este elevarse como un re-nacer es precisamente la motivación
y el sentido del trabajo alquímico-interior
y de todo desarrollo espiritual.
Las nubes simbolizan y contienen las aguas de arriba, separadas de las aguas de abajo a su imagen, ambas
unidas por el Cielo, y al mismo tiempo al fuego celeste manifestado por el rayo. Representado
a su vez por la espada, particularmente la espada
flamígera, como el poder de la palabra creador o destructor (el doble filo) en occidente, y en las tradiciones orientales por el vajra, en la shintoísta la espada deriva de un rayo-arquetípo; el relámpago también simboliza la Iluminación.
La luz, el calor y la lluvia generados por el Sol que
da vida y fuerza espiritual aluden al descenso de las influencias celestes. En el lenguaje alquímico el agua filosófica es el alma, el agua de mar o agua salada de los sabios es el mercurio químico, y en
los misterios de las tradiciones antiguas se decía que la
lluvia cubre y protege los secretos de los magos.
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