1/4/12

Ser humano II




Viendo en la carta la geometría que dan las coordenas celestes para el natalicio o un momento dado, se pueden conocer con precisión las influencias que, en mayor o menor proporción, ejercen los planetas sobre la vida del hombre.  Desde la vibración de los números y las letras, la fecha de nacimiento y los nombres determinan características que como tendencias influyen en todos los planos y etapas de la existencia.

Los nombres determinan características personales y los apellidos aluden a influencias paternas y maternas, de la suma de unos y otros se obtiene, entre otras cosas, la misión en la vida. Dentro de la ciencia y el arte de los números existe también un método para designar el nombre más conveniente para el ser que esta por nacer. Hay ejemplos, tanto en las escrituras como en la vida de grandes maestros espirituales, del cambio de nombre o letras del mismo para ajustarlo a un nuevo estado o vibración más elevada.

Con la noción de karma, una realidad tradicional en las culturas orientales,  la investigación científica y las terapias occidentales de vidas pasadas, surge que podemos traer a esta vida algunas deudas pendientes. Entonces aparece en algún momento, in-evitable y angustioso para algunos, la pregunta sobre la libertad del hombre: ¿En verdad poseemos un libre albedrio y hasta qué punto podemos elegir, o es una libertad condicionada?

¿Somos tan vulnerables? Si y no, depende cómo y desde dónde se mire. Una máxima  nos dice que el universo, la existencia, no nos va a demandar algo que, mas allá del mayor esfuerzo, no este dentro de nuestras capacidades o posibilidades reales. Podemos creerlo o no, o tomarlo como un gran consuelo, pero tiene sentido si vemos los desafíos que se nos presentan y aquello que consideramos lo peor que nos pueda suceder, como  medios para crecer.

Y como una ley matemática directamente proporcional, cuanto mayor sea la amplitud o nivel de conciencia mayor será la perspectiva y la capacidad de ver y resolver, y en consecuencia nuestra libertad para elegir. Imaginemos por un momento el estado de conciencia de un maestro espiritual.

¿Es casualidad que hayamos nacido a una cierta hora, de un cierto día, mes y año, en un lugar y en el seno de una familia dados? ¿es por azar la elección de nuestros padres al darnos un cierto nombre? Seria por lo menos ingenuo pensar que la creación del universo y todo lo que ocurre en él como la perfección de las orbitas de los planetas, las estaciones del año y la vida misma es casualidad. Llamamos azar a todo aquello que no podemos comprender con nuestros sentidos comunes.

Todo lo que nos sucede de alguna manera lo atraemos o provocamos nosotros, desde la experiencia, los anhelos y las asignaturas pendientes de esta vida o de otras, todo tiene un sentido último que siempre tiende a la elevación, la armonía y la perfección, las influencias externas no son así tan in-ciertas ni externas como se podría suponer, ni mucho menos casuales.

Dios, lo Absoluto o Superior, la existencia o como quiera llamárselo no nos abandonó en esto, aunque no lo veamos el Sol siempre está: desde la más remota antigüedad existen métodos idóneos para conocer el por qué y comprender nuestra misión y tendencias en esta vida, si lo queremos saber.

Cuentan las leyendas tibetanas que hubo una época donde los lamas magos recogían el agua de lluvia en sus cuencos, que ellos mismos forjaban con siete metales, y al reflejarse en ella podían ver y conocer sus vidas pasadas.

Al igual que la información, y el amor, que existe en las partículas más elementales, en alguna parte que, según nuestras creencias, podemos llamar alma, llevamos impresa las vivencias de toda la historia,  la evolución humana y del universo, en términos relativos lo bueno y lo malo. De ahí cobra sentido la verdad espiritual que, en potencia, ya somos un Buda o el Cristo,  portamos las semillas de la unidad, la sabiduría, el amor y la compasión para serlo, pero no lo creemos.

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