Desde los albores de la humanidad existe, por transmisión y/o
intuición, el culto al sol, el fuego, la luz y el rayo. El sol físico, visible, como dador de calor y luz
sostenedores de la vida o como dios personal o antropomórfico y su adoración,
no eran ni son, para los Iniciados, el único
ni principal motivo del culto. Existe otro Sol, invisible, morada de las entidades
espirituales más elevadas.
En la tradición esotérica la Luz que proviene del Sol
espiritual, llamado Gran Sol Central, el alma del sol físico, es la que derrama sabiduría e ilumina al
Iniciado en los Misterios de la existencia, Cristo es un Iniciado Solar de la
misma Escuela que los Budas y Bhodisattvas.
Esta Luz espiritual, que el hombre común niega o no
re-conoce, llega a todas partes y atraviesa cualquier cosa que se le
interponga, sean paredes o planetas, a tal punto que el sabio o iniciado puede
ver el sol en sus pies, como lo
atestiguan las imágenes alquímicas alusivas donde se puede ver a un mago parado
sobre un disco solar.
Hubo una antigüedad donde uno de los principales símbolos de
la sabiduría, transmitida por la luz
sagrada y eterna, era representada por la llama de las lámparas perennes. Los
sacerdotes-magos del templo tenían el arte y el conocimiento para construir
lámparas que ardían por años sin que se necesitara alimentarlas.
En la mayoría de los casos, dice el investigador Hargrave
Jennigs, se apagaban o se rompían misteriosamente en cuanto eran retiradas de
sus moradas. “Se sabe que los romanos mantuvieron lámparas en sus sepulcros
durante años por medio de la oleaginosidad
del oro, relacionado con el misterio de los Rosacruces, y convertido por
medios alquímicos en substancia liquida.”
“Una de estas lámparas, que había estado encendida por 120
años, fue encontrada en la tumba de Christian Rosencreutz. En las ruinas de un
monasterio, en la época de Enrique VIII, se encontró una lámpara ardiendo en
una tumba desde el siglo III D.C., o sea cerca de 1200 años.”
Dos de estas lámparas pueden verse en el Museo de Rarezas de
Leyden, en Holanda. “Una lámpara
ardiente fue encontrada durante el papado de Pablo III en la tumba de Tullia
hija de Cicerón, que había estado cerrada durante 1550 años.”
“Apuleyo, cuando fue iniciado en los Misterios, pudo ver el
Sol de Medianoche, las cámaras del templo estaban brillantemente iluminadas,
aunque no había en ellas lámpara alguna.”
H.P. Blavastky reveló fórmulas para construir estas lámparas, ella misma vió una, construida por un discípulo de las artes herméticas,
que había estado ardiendo sin combustible visible durante seis años anteriores
a la publicación de sus libros.
Los Lamas magos del Tíbet iluminaban sus moradas mediante una
esfera fosforescente de color blanco verdoso, regulable en intensidad según
disponían los Lamas hasta no quedar más que una chispa que ardía por siempre.
Todo aquel que anhela sincera y profundamente y rema por una
elevación general de la conciencia humana seguramente en algún momento se habrá
preguntado ¿por qué no elevar esa conciencia a través de la vibración de la Luz
espiritual?, sería tan distinto…
Últimamente sabemos de canalizadores de mensajes angélicos
que hablan de una próxima elevación o ajuste de la frecuencia vibratoria humana
que vendría relacionada con el fin del
presente ciclo, calculado por mayas y egipcios. ¿Quién sabe como para dudar o
negar estas afirmaciones? En todo caso, ¡Bienvenida sea!
Sin embargo la
evolución de la conciencia humana para una época o ciclo dado, nunca será igual
y la misma para todos. En un lejano futuro, en términos humanos, relativos, una
buena parte de la humanidad llegará hasta alturas espirituales hoy
in-imaginables, pero una parte que no acompañará la corriente de crecimiento
quedará in-evitablemente re-trasada y pasará a una esfera acorde a su
evolución, esa es la Ley.
En el paso, a veces catastrófico, de un ciclo evolutivo a
otro siempre hubo y habrá un grupo adelantado de seres que fueron y serán la
simiente de un nuevo amanecer.
Enseñar las claves para la elevación del hombre a través del
conocimiento de si mismo ha sido el trabajo de sabios y maestros a lo largo de
todas las edades. El cuerpo del hombre considerado como templo vivo a imagen
del Cosmos ha sido la inspiración para la construcción de santuarios e
iglesias, y los procesos que en él se desarrollan son análogos a los
iniciáticos. Los procesos físicos y biológicos son similares a los del desarrollo
espiritual. Por algo el cuerpo físico y la vida del discípulo se van
sutilizando y afinando cada vez más en orden a su desarrollo espiritual y al
nuevo ser que vendrá.
Bibliografía: “Melquisedec y el misterio del fuego”, Manly
P.Hall; “Isis sin Velo”, H.P. Blavatsky; “Símbolos y Números Ocultos”, Rudolf
Steiner.
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