5/7/16

El sendero perdido


Para ser una buena persona, honrada y compasiva no es imprescindible creer en Dios o en una religión determinada. Por otra parte aferrarse ciegamente a las experiencias religiosas-emocionales puede finalmente impedir el abrirse plenamente a la realización verdadera; mucho daño se ha hecho invocando en vano el nombre de Dios y de la religión. En el budismo por ejemplo la fijación en las vivencias cumbre se  considera como una variante-trampa de la fijación en el ego.

La travesía espiritual es un viaje hacia la libertad que implica un constante  des-prendimiento, se trata de soltar y no de acumular cosas y condicionamientos, interpretaciones, pre-juicios,  conceptos rígidos y salir de las dualidades-ilusiones, así sean las tentaciones del mundo terrenal como la percepción de la felicidad eterna que como meta nos sugiere el camino espiritual.

“Cuando trasciendas los sentimientos sagrados y profanos, el Ser se revelará tal cual es, Real y Eterno. Para despertar al Ser debes cortar todas tus ataduras”. (La Herencia, Zen).


El conocimiento sobre la esencia del ser humano y su misión en este planeta se ha distorsionado tanto que el hombre perdió el rumbo, se perdió a sí mismo y precisa un mapa espiritual  que le permita re-encontrar el sendero perdido. Solo por medio del desarrollo de la facultad espiritual, que trasciende a las religiones, puede el hombre  obtener  las fuerzas necesarias para hacer crecer la semilla mediante la cual el alma puede experimentar la divinidad en sí misma y por consiguiente en los demás y en todo lo que hay.

Son muy pocos aquellos que logran realizar sus ideales y no hablamos de los ideales mundanos-egoístas sino de los más elevados del alma. En este sentido no suele coincidir lo que queremos ser, como nuestra aspiración más elevada, y si en verdad la sabemos, con lo que somos en la práctica. Una buena parte de las crisis existenciales que padecemos, angustia, depresión, sentimiento de vacío o separación, enfermedad física y/o mental, etc., se deben al hecho de negar, reprimir o postergar in-definidamente aquellos ideales.

Cuando rechazamos o ignoramos nuestros propios ideales más íntimos la consecuencia inmediata y lógica es adoptar los ideales de otros, o del entorno, considerados los más convenientes y beneficiosos,  los reconocidos y socialmente aceptados, en otras palabras seguir al rebaño. En el transcurso de la vida vamos definiendo y eligiendo, conscientes o no, la realidad que queremos vivenciar, pero eso no significa que las otras realidades dejen de existir.

Conocerse a sí mismo en el sentido de saber por qué y ser plenamente conscientes de lo que pensamos, decimos y hacemos en el mejor de los casos para rectificar errores y crecer es ya un logro que nos aleja del automatismo egoísta. Jesucristo nos dejó muchas enseñanzas al respecto, por ejemplos: “Por qué criticas la paja en el ojo ajeno y no ves la viga en el tuyo” o “Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, etc.

Pero en su sentido más profundo o espiritual la frase “conócete a ti mismo” invocada por Iniciados y Maestros de todos los tiempos se refiere no al hecho de conocer cómo somos, es decir nuestra personalidad, sino a re-conocer, rescatar y seguir los ideales de nuestra esencia divina, consciencia trascendente o alma: no yo sino lo divino que hay en mi interior mas profundo.

Ni por medio de la razón, de la erudición ni de la voluntad podemos crear amor y jamás se comprenderá la esencia de las verdades espirituales  sino es a través del amor; las enseñanzas espirituales no tendrían sentido si fueran solo para salvarse uno mismo sin contemplar a los demás. Y solo por medio de la fuerza del verdadero amor podemos desplegar nuestras alas de libertad para alcanzar las alturas más elevadas.

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