17/2/12

El espejo de la verdad


No creemos que el yo psicológico, lo que llamamos personalidad, sea la riqueza última del hombre. Hacer desembocar todas las observaciones activas en una visión de la trascendencia de este yo, es señal de nuestro tiempo. No, la personalidad no es la riqueza última del hombre.

No es más que uno de los instrumentos que le han sido dados para pasar al estado de alerta, despierto. Cumplida la obra, desparece el instrumento.

Si tuviésemos un espejo mágico capaz de reflejar esa personalidad, a la cual damos tanta importancia, no soportaríamos su visión, tal seria el hormiguero de larvas y gusanos que veríamos en ella.

Solo el hombre despierto podría mirarse en él sin morir de espanto, pues entonces el espejo no reflejaría nada, seria puro. Este es el verdadero rostro, el que nos devuelve el espejo de la verdad. En este sentido, todavía no tenemos rostro. Y ningún Dios nos hablará cara a cara hasta que lo tengamos

Rechazando el yo psicológico, movible y limitado decía ya Rimbaud: “yo es otro”. Es el yo inmóvil, transparente y puro aquel cuyo entendimiento es infinito: todas las tradiciones aconsejan al hombre que lo abandone todo  para alcanzarlo.Es muy posible que nos hallemos en un tiempo futuro en que se hable la misma lengua del pasado remoto.

No es en modo alguno in-concebible que, en la época evolutiva actual, los Grandes Espíritus consideren inútil ofrecerse como ejemplos o predicar alguna forma nueva de religión. 

Hay algo mejor que  hacer que dirigirse al individuo. No es indispensable que consideren necesario y benéfico el paso de nuestra Humanidad a la colectivización.

No es, en fin, inverosímil que consideren deseables nuestros dolores del parto, e incluso cualquier gran catástrofe capaz de apresurar el conocimiento de la tragedia espiritual que constituye el fenómeno humano en su totalidad.

Para obrar, para que se precise el rumbo que acaso nos lleve a todos a alcanzar alguna forma más elevada que Ellos conocen, tal vez les es necesario permanecer ocultos, mantener en secreto la co-existencia, mientras se esta forjando, a despecho de las apariencias, y  gracias a su presencia, el alma nueva de un mundo nuevo, al que nosotros llamamos con toda la fuerza de nuestro amor.

 

“Le matin des magiciens”, Louis Pauwels y Jacques Bergier




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