No creemos que el yo psicológico, lo que llamamos
personalidad, sea la riqueza última del hombre. Hacer desembocar todas las
observaciones activas en una visión de la trascendencia de este yo, es señal de
nuestro tiempo. No, la personalidad no es la riqueza última del hombre.
No es más que uno de los instrumentos que le han sido dados
para pasar al estado de alerta, despierto. Cumplida la obra, desparece el
instrumento.
Si tuviésemos un espejo mágico capaz de reflejar esa
personalidad, a la cual damos tanta importancia, no soportaríamos su visión,
tal seria el hormiguero de larvas y gusanos que veríamos en ella.
Solo el hombre despierto podría mirarse en él sin
morir de espanto, pues entonces el espejo no reflejaría nada, seria puro. Este
es el verdadero rostro, el que nos devuelve el espejo de la verdad. En este
sentido, todavía no tenemos rostro. Y ningún Dios nos hablará cara a cara hasta
que lo tengamos
Rechazando el yo psicológico, movible y limitado decía
ya Rimbaud: “yo es otro”. Es el yo inmóvil, transparente y puro aquel cuyo
entendimiento es infinito: todas las tradiciones aconsejan al hombre que lo
abandone todo para alcanzarlo.Es muy
posible que nos hallemos en un tiempo futuro en que se hable la misma lengua
del pasado remoto.
No es en modo alguno in-concebible que, en la época
evolutiva actual, los Grandes Espíritus consideren inútil ofrecerse como
ejemplos o predicar alguna forma nueva de religión.
Hay algo mejor que hacer que dirigirse al individuo. No es
indispensable que consideren necesario y benéfico el paso de nuestra Humanidad
a la colectivización.
No es, en fin, inverosímil que consideren deseables
nuestros dolores del parto, e incluso cualquier gran catástrofe capaz de
apresurar el conocimiento de la tragedia espiritual que constituye el fenómeno
humano en su totalidad.
Para obrar, para que se precise el rumbo que acaso nos
lleve a todos a alcanzar alguna forma más elevada que Ellos conocen, tal vez
les es necesario permanecer ocultos, mantener en secreto la co-existencia,
mientras se esta forjando, a despecho de las apariencias, y gracias a su presencia, el alma nueva de un
mundo nuevo, al que nosotros llamamos con toda la fuerza de nuestro amor.
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