26/6/11

El mediador

“Sube de la Tierra al Cielo, y re-desciende del Cielo a la Tierra; recibe por ello la virtud y la eficacia de las cosas superiores e inferiores”. La Tabla de Esmeralda


El hecho de enfocarse en el ser y  no considerar nada más allá de él, como si de alguna manera el ser fuera  el Principio supremo o absoluto, el más universal de todos, es análogo a considerar, en el otro extremo, como determinantes y excluyentes las influencias que lo afectan desde  lo social: el hombre como producto o resultado del medio terrestre

No se trata de minimizar ni negar el condicionamiento social y las necesidades físicas, muy al contrario, pero tampoco de ignorar otro tipo de influencias o posibilidades ciertas: las tendencias innatas, la Luz de la naturaleza, el cosmos y los planetas y la propia espiritualidad. Y cuando estas últimas se desconocen, se rechazan o se atribuyen a simples creencias subjetivas, como ocurre en general en nuestra época, se distorsiona, se obstruye y se termina por romper el vínculo con los principios superiores. 

Así nos convertimos en lo que los escolásticos llamaban entes racionales, animales o seres físicos que a través del tiempo y la evolución han desarrollado el poder del habla, el pensamiento, la inteligencia, etc.

De la concepción del hombre como un animal superior dependiente y supeditado a un sistema social determinado se justifica la peligrosidad y el exilio de ciertos individuos cuando no son funcionales y con sus opiniones contrarían las de aquellos que detentan el poder. Lo mismo se hace con el resto de los animales: los criamos, cuidamos, mimamos, alimentamos, jugamos con ellos y cuando es oportuno los matamos y carneamos sin piedad.

De una manera, la primera, se coloca al ser,  en el centro del universo, y de la otra, se lo reduce en términos de su funcionamiento y adaptación psíquica-fisica-social. Dos concepciones, tan absurdas como contradictorias, muy internalizadas que intentan explicar, en forma por demás limitada, el sentido del ser.

No somos el Principio mismo, y no somos más importantes que otros seres del universo bajo cualquier otro tipo de manifestación. Ni tampoco animales racionales, si bien podemos comportarnos como tales y sobran ejemplos, esclavos de su entorno o condición presente. (Es interesante notar que la palabra familia deriva de famulus: esclavo doméstico).

Como expresión de nuestro potencial, solemos afirmar que somos parte y podemos volver a unirnos en vida con el Todo; pero en realidad, en los hechos, y mientras seamos seres comunes, no adelantados en la vía espiritual, solo estamos incluidos en El, así como no puede haber nada que no lo esté. 

Para poder conectar con lo superior primero debemos estar armonizados y en plena conciencia del significado de lo inferior, no es posible evitar ni saltar por sobre esos aspectos. De ahí  la importancia de estar centrados, pero ¿Qué significa y cómo se manifiesta este centramiento del ser? 

Se trata sin dudas en primer lugar de un equilibrio que incluye los aspectos más terrenales a través de la práctica efectiva del auto-conocimiento, la auto-conciencia, la auto-disciplina y la ética, todo lo cual  nos da una perspectiva mayor de por qué, cómo y dónde estamos ubicados. Luego, progresivamente y con no poco esfuerzo, podremos ir iniciándonos en los  aspectos superiores para poder conectar finalmente, con los principios y las influencias espirituales.

En este sentido y en la medida que vayamos logrando nuestro propio y completo centramiento, nos convertimos así en mediadores entre las energías del Cielo y de la Tierra; en un plano muy superior esta función la cumple plenamente el Avatar.

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