1/3/10

La felicidad, un estado de consciencia.


Esos sentimientos o estados que siempre hemos buscado y tanto hemos esperado, que tanto hemos añorado y por los que tanto hemos sufrido, como el amor y la felicidad, están en nuestro propio corazón, pero no lo recordamos, la mente nos ha hecho olvidar el poder del corazón, ya no es muy raro pensar que sentimos.

En medio de un mundo donde el horizonte es el mayor poder posible de razonamiento científico, desarrollo tecnológico y económico, y donde se compran y venden modelos de vida y de felicidad, hay otro mundo que espera poder ser y manifestarse, el mundo interior, espiritual. Ese íntimo saber de que hay muchas mas cosas donde se unen el cielo con el mar que las que percibimos con nuestros sentidos ordinarios.

Podemos producir una imagen exterior de importancia, pero, como hojas arrastradas por el viento: ¿Cuánto pagaríamos por tener una mirada de atención y comprensión que se asome dentro de nuestra soledad? ¿Cuánto daríamos por hacer o contar algo que explicara nuestra forma de vivir? ¿Y cuánto podemos llegar a olvidarnos y alejarnos de nuestra esencia, de esa chispa divina que todos llevamos dentro, el potencial de ser los Maestros de nuestra propia vida, como Jesús, como un Buda?

Un ejemplo cercano en relación con la búsqueda de la felicidad: en un estudio divulgado por Radio 10 este verano, realizado en barrios carenciados de la ciudad de Buenos Aires por una comisión municipal de asistentes sociales y psicólogos, se comprobó que una gran parte de mujeres, la mayoría menores solteras, tienen hijos no por desconocer las medidas anti-conceptivas, sino porque consideran que tener hijos es el único bien, el único logro individual, y la felicidad, que podrán conseguir en la vida.

No es muy difícil inferir que actitudes similares se dan, en mayor o menor medida y con diferentes matices, por todas partes, en todos los niveles sociales  en todo el mundo.

Como una verdad revelada, se repite de manera automática la afirmación de que la vida es la búsqueda de la felicidad. Una búsqueda, claro, que consiste en encontrarla siempre afuera. Todos anhelamos un cierto grado de felicidad, pero, qué o quién nos va a dar la felicidad que merecemos: ¿un trabajo, el dinero, unos padres bondadosos, una relación, los hijos, el modelo, Dios?

Esta búsqueda como toda creencia y forma de pensar materialista-racional, esta enfocada únicamente en la auto-satisfacción del ego basada en los logros exteriores, y en el supuesto de que el ser humano, por si mismo, no es ni puede ser feliz y en consecuencia siempre necesitará algo o alguien que lo satisfaga o realice.

Además de esta afirmación, se añade siempre la creencia generalizada en el hecho que la felicidad es muy breve, efímera, y por lo tanto, implícitamente, se considera normal que la búsqueda de la felicidad sea algo permanente, interminable. Siguiendo este razonamiento, una vez satisfecho un deseo, o cuando ya dejó de ser interesante, inmediatamente surge uno nuevo que nos permitirá ser igual o más felices que antes. Y entonces se alimenta y genera el ciclo perpetuo de los deseos generados por el ego.

Pensar así es percibir solamente un aspecto muy limitado de la vida. La felicidad es un estado del ser, y como todo estado de consciencia, es algo que surge desde nuestro interior, nada ni nadie nos puede dar ni quitar ese estado. Mientras que si actuando suponemos que algo o alguien nos puede hacer felices, entonces sí podremos comprobar lo superficial y dependiente de esta actitud, y que además, generalmente, termina provocando una fuerte sumisión al objeto del deseo, cuando no una gran insatisfacción y/o frustración.

El error de los deseos generados por la mente es creer que realmente necesitamos eso, sino de otra manera no podemos ser felices. Uno de los aspectos más negativo de los deseos es cuando, queriendo satisfacerlos a cualquier precio, afectamos a otros, ya sea en forma inconsciente o deliberada.

“Es magia negra, y de la peor especie, cualquier clase de interferencia o manipulación en la independencia individual y mental de cualquier ser humano, como por ejemplo irradiar hacia otros amor, odio, o sentimientos similares, para despertar en ellos emociones análogas con fines egoístas o personales,”( Magia, Manly P. Hall ).

El apego, el aferrarse a las personas y/o a las cosas es también un ingrediente ineludible de esta forma de pensar que sostiene a la búsqueda de la felicidad exterior como principal objetivo en la vida. En este sentido el no-apego no significa indiferencia ni mucho menos falta de consideración o amor, es simplemente llegar a percibir que nadie ni nada nos pertenece ni vamos a poder llevarnos cuando dejemos esta vida, y, sin embargo, podemos relacionarnos y sentirnos Uno con todo lo que hay.

Las emociones son respuestas de la mente frente a estímulos exteriores, a nivel energético el 3° chacra, el plexo solar, es el representante de la mente analítica y las emociones, pero los sentimientos nacen y se construyen desde el corazón, el 4ª chacra, y no son una respuesta o re-acción.

Quien haya experimentado un soplo vital de intensa alegría e infinito amor espontáneos, en la mirada dos estrellas que iluminan el camino, y una sonrisa indemne, sin causa ni motivo alguno, ha percibido la felicidad del corazón. Por lo general, y paradójicamente, estas expresiones de un corazón abierto y sensible no son comprendidas ni valoradas, y suelen ser etiquetadas como ingenuas, emocionales y cuando no, irracionales.

Ocurre que quienes experimentan este vuelo del corazón, de ser felices y sonreír porque sí, sin importar si hay un motivo o no, suelen chocar contra un suelo racional, y entonces, si no están seguros de si mismos empiezan a cerrar su corazón para adaptarse al entorno y no sentirse separados de los demás. En casos extremos se llega a bloquear físicamente una parte del corazón.

Es muy limitada, superficial e inconsistente la creencia en que el hombre ha venido a este mundo para buscar la felicidad, en todo caso ésta deberá ganarse con el trabajo y el crecimiento interior, con “el sudor de su frente”, no tenemos ningún derecho a imaginar siquiera que ella nos haya de ser prestada o dada. La verdadera felicidad, la que se construye desde el interior, es una cualidad o virtud que forma parte de la completud del ser y no es un fin en si misma.




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